jueves, 29 de diciembre de 2011

Porque sí

Siempre me matan las despedidas,
tan solo soy un espectador...

Aprender a odiar

Durante toda la vida le habían dicho que odiar era algo sencillo, casi visceral. Algo automático, como un resorte que salta y no puede volver a colocarse en su sitio. Incluso las películas le habían convencido de que el odio era el camino al lado oscuro, y mientras miraba las luces de colores en las calles, se daba cuenta de lo mucho que ansiaba abrazar el maldito lado oscuro. Pero era muy difícil encontrar genuina oscuridad en las calles abarrotadas de la Gran Manzana. La decoración navideña y la nieve convertían las calles en postales perfectas de lo que en el mundo civilizado se conoce como "espíritu navideño". Por eso lo odiaba. Porque su mente era un pozo negro de oscuridad entre todas aquellas luces. Porque odiaba las sonrisas, odiaba las campanillas y la generosidad oportunista de los habitantes del planeta, odiaba el consumismo disfrazado en estas fechas tan señaladas de generosidad hacia los más pequeños. Odiaba a muerte los encuentros citados en el calendario como consecuencia de un día concreto en lugar de la espontaneidad y el calor de una visita hecha con cariño desde lo más profundo del corazón, y no con una fecha determinada como pretexto. Odiaba haber amado todo aquello alguna vez, y haber formado parte del engaño mundial del que ya era libre.

Pero también odiaba su lucidez, el día en el que la cortina de lo real descubrió el pastel que había debajo. Odiaba no poder volver a todo lo anterior, a las falsas sonrisas, a los regalos y a sentir que la familia siempre se reunía en Navidad.

Le habían dicho que era fácil odiar, pero también era mentira. Era muy difícil mantener el odio entre tanto amor de caramelo y cariño de villancico. Pero la Navidad nunca sería lo mismo para él. Ese único pensamiento le mantuvo cuerdo en la espiral de locura que le rodeaba.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Bajo el mismo cielo.

Estaba anocheciendo cuando se acercó a la ventana. La luna llena brillaba con fuerza en el cielo, y su color anaranjado le recordó a una naranja gigante flotando en el espacio. La mera idea le hizo esbozar una media sonrisa, así que se giró y se puso a mirar en el ordenador el progreso de sus descargas. Había puesto a bajar una recopilación de canciones de bandas sonoras de cuando era niño, y mientras miraba las canciones que la componían, se llevó una sorpresa: había una canción de una película que recordaba con especial cariño y que tenía casi olvidada. Así que se puso a buscarla para escucharla después de tantos años. Lo que escuchó le sorprendió gratamente.

martes, 11 de octubre de 2011

Un mundo loco

No podía evitar pensarlo mientras miraba fijamente el techo y en sus auriculares sonaba Gary Jules a todo volumen.


Pero daba igual, porque no merecía la pena ser el único cuerdo en un mundo lleno de locos. Así que se levantó de la cama y se subió a lo mas alto de la locura.

Tal vez no hubiese vuelta atrás. Pero aquello importaba poco. Se sentó al piano y sus dedos comenzaron a dibujar la melodía del estribillo.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Muerte de un antihéroe

Todo el mundo sabe que los héroes de las historias de ficción mueren. Algunos mueren para siempre y su lugar es ocupado por un sustituto que despierta simpatía o antipatía según cada uno. Otros mueren para, tiempo después, cuando la humanidad más lo necesita, renacer en una versión mejorada de su antiguo ser. Otros parece que mueren pero en realidad no mueren, sino que han estado aletargados durante un tiempo "x" en un lugar "y", esperando a que alguien les aplicase el método "z" para despertarles. Pero los antihéroes no. Los antihéroes mueren y punto. Porque su existencia, al fin y al cabo, era anodina, o incluso perjudicial para el planeta. Salvo por una muy pequeña minoría que se encariña con ellos porque ven en su comportamiento defectos propios que acercan al personaje. Pero no nos engañemos. Todo el mundo lloró la muerte de Superman, pero nadie llorará cuando mi antihéroe favorito muera.

Y morirá dentro de poco. Porque su ciclo vital estaba condenado a terminar a los dos años de comenzar su andadura por estas tierras, y ha sido una andadura peculiar. Sería imposible resumir en un texto 730 días de aventuras, pero sí se puede resumir una cosa: la experiencia. En todos los sentidos de la palabra.

Experiencia porque por mucho que ese personaje medio atontado, algo lento y con ojeras perpetuas parezca torpe, antes de estos dos años lo era mucho mas. Experiencia porque lo que ha vivido ha sido positivo y negativo, pero le ha enriquecido muchísimo como persona. Experiencia porque en los dos años que ha estado frente al mundo, ha vivido cosas que jamás creería que viviría. Ha sido una buena experiencia. Por eso siempre lo tendrá muy presente, en esta vida nueva que empieza para él o no. Tal vez el día de mañana mire hacia atrás y vea que la gente que compartió sus historietas, sus noches de viernes en un Pub de mala muerte, sus caminatas en Zig Zag de vuelta a casa tras una noche de aventuras en la sierra, sus bolsas de pelotazos viendo videos de youtube en el coche a las 5 de la mañana, sus bailes descoyuntados, o los que pasaron noches de frío con él volviendo a casa una madrugada de carnaval tras un desayuno tempranero, han sido las personas que más han marcado el desarrollo de su historieta personal. O tal vez mire a sus lados y les vea aún ahí. Aunque sepa perfectamente que alguno de ellos no estará ahí jamás porque, al fin y al cabo, se marcharon por sus fallos de antihéroe. Es ley de vida. Y ley de muerte también.

En su epitafio, en resumen, pondrá algo así:

Aquí yace Bookman. Amigo de pocos, pero de los que merecen la pena. Gracias a todos por lo vivido.

Y sonará una canción de The Killers cuando se despida.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Disonancia

Había algo que le preocupaba aquel domingo por la mañana. Como dos sonidos disonantes escuchados en una melodía de Manos de Topo. Como la pieza del puzzle que no encaja. Como la nube blanca que rompe la azul monotonía del cielo de mediodía.

Ese algo era, probablemente, ese punto de melancólica tristeza que le inundaba desde hacía unos días. Y lo más triste era no poder compartirlo con nadie. Así que cuando sonó el teléfono por la mañana y resultó ser un familiar pidiendo indicaciones para solucionar un problema informático, respiró hondo y puso su mejor tono de cordialidad. La llamada no fue larga, y se cerró con una recomendación musical. Una simple canción. Lo que no sabía el lejano interlocutor, era que en la canción que recomendaba se encontraba la tecla exacta que no debía ser pulsada en aquella mañana. Y fue pulsada.




De modo que allí se quedó, mirando por la ventana. Soñando con el viento y con el recuerdo de las pesadillas que le habían atormentado toda la noche.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Valor

Los primeros rayos de sol comenzaban a filtrarse por los huecos de su persiana. Llevaba varios minutos tumbado en la cama, mirando al techo, despierto pero demasiado cansado para levantarse temprano. Había dormido poco y las horas de sueño las había pasado soñando con realidades que, hacía unas horas, parecían lejanas e inalcanzables.

Pero sobre todo pensaba en el valor. En el valor en todos sus aspectos. En el valor intrínseco de sentirse en paz con uno mismo y con alguien querido. En el valor necesario para romper las cadenas que nos atan a un presente gris en busca de un futuro algo más luminoso. En el valor que tienen las propias horas compartidas con gusto. Y mientras pensaba en todo aquello, escuchaba una canción con poca letra, pero cuyos versos le hacían pensar en una persona muy importante en su vida.



Found a way to rid myself clean of pain
And the fever that's been haunting me
Has gone away

Looking through my window
I seem to recognize
All the people passing by
But I am alone
And far from home
And nobody knows me

Never heard me say goodbye
Never shall I speak to anyone again
All days are in darkness
And I'm biding my time
Once I am sure of my task I will rise again

Y conforme la guitarra punteaba las últimas notas de la canción, un zumbido en su mesilla le hizo abrir los ojos y estirar el brazo para agarrar el teléfono. Lo que leyó en la pantalla le provocó una de las sonrisas más sinceras que había esbozado en mucho tiempo.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Rutina

Veía pasar las horas mirando por su ventana. Los coches pasaban despacio por la pequeña callejuela a la que daba su balcón, y la gente exprimía al máximo los últimos días de un verano que se le estaba haciendo demasiado largo.

El humo del cigarrillo emborronaba la fachada del edificio de enfrente, y nada hacía sospechar que fuese a ser un día diferente al anterior. Quedaba poco para la vuelta a la rutina, y tenía miedo de que la rutina hiciese emerger los secretos que mantenía bajo llave.

Así que buscó "perfect situation" en su mp3 y se ajustó los cascos a la cabeza.



Why am I so obviously insane?

martes, 13 de septiembre de 2011

tu y yo

El verano llegaba a su fin. Las melodías se mezclaban en el aire. No tenía ganas de escribir demasiado, así que dejó que las canciones entrasen en su hipocampo.



viernes, 9 de septiembre de 2011

Descenso

Tras un tiempo incalculable sumido en lo más profundo de sus pensamientos, un alma solitaria se reencontró con lo terrenal. Después de haber pasado semanas en un estado de imperturbable indiferencia, la gravedad de lo cotidiano traccionó su espíritu hacia la superficie. Había servido el recuerdo de una mirada para devolverle a la realidad. Una realidad en la que la felicidad seguiría siendo huidiza por culpa de sus acciones pasadas. Una realidad gris, con aroma y textura otoñales. La realidad de volver a verse en el espejo junto al equipaje de sus errores.



Sabía que era tarde, y sabía que nadie le diría lo contrario. Pero seguiría esperando a que alguien, en el fondo, creyese que todavía era posible.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Voy a dejarme caer.

Porque las noches se iban alargando, como entrando en sintonía con su alma. Como si todo el calor de los meses anteriores desentonase con lo más hondo de su corazón.


Por todo eso, él pensaba en esos versos. Pensaba en aquellas gafas de la misma marca que las de la canción. Pensaba "voy a dejarme caer, para empezar desde abajo una y otra vez".



"Por si acaso empiezas a entender"

sábado, 3 de septiembre de 2011

El movimiento se demuestra andando.

Así lo había creído toda su vida, y así intentaba actuar. Porque un gesto vale más que mil palabras.

viernes, 26 de agosto de 2011

Darse cuenta

Le había costado tiempo, pero por fin, un día, la solución a sus preguntas apareció ante sus oídos.


A partir de aquel día, la vida se simplificó muchísimo.

lunes, 22 de agosto de 2011

Razones

Ella le preguntó por las razones que le habían llevado a tomar aquella decisión.

Él giró la cabeza hacia un lado, como si estuviese mirando algo lejano. Ese gesto tan suyo hizo que ella se enfadara aún más. Era como si quisiese decir muchas cosas y tuviese una boca demasiado pequeña para que salieran. Por eso, las preguntas se aglomeraban en su cabeza: ¿Ya no te gusto? ¿Acaso hay otra? ¿He hecho algo? Hubo un silencio incómodo en el que sólo se escucharon sus respiraciones. Cuando ella estaba a punto de explotar, él la miró y dijo

-El problema es que ya he pasado por estas situaciones antes. Y no quiero volver a pasar por lo mismo.

Se giró y comenzó a alejarse. Ella se quedó petrificada por un segundo, pero después comenzó a gritarle de todo mientras se alejaba. ¿Pero quién te crees que eres? ¿Acaso vas a dejarme aquí? Él se paró y dio la vuelta. Se acercó a ella y, agarrándole la cabeza de forma enérgica pero sin lastimarla, la besó. Durante unos segundos que parecieron años, ella simplemente se quedó sorprendida sin saber qué hacer. Después le empujó para alejarse. Miró sus ojos y vio una lágrima. Entonces él habló por última vez.

-Lo único que puedo hacer ahora es girarme y mirar hacia otro lado. Como dice la canción.

Y salió corriendo en dirección al metro. Ella le perdió de vista entre la gente y se quedó allí un buen rato. Pero cuando llegó a su casa, más confusa que nunca, entró a facebook para borrarle, al menos, hasta que se sintiese mejor y estuviese cómoda teniendo esa parte de su vida entre sus contactos de nuevo. En ese momento se fijó en la canción que él había puesto en su muro. Debía ser la canción a la que se refirió en aquella última frase, así que la escuchó en busca de respuestas.



Según la iba escuchando, un montón de imágenes pasaron por su cabeza. No tenía todas las respuestas, pero al menos, ya sabía lo que tenía que hacer.

Marcó su número en el teléfono y escuchó los tonos de llamada. Cuando hubo una respuesta al otro lado, ella dijo una sola frase:

-Cuéntame qué ocurrió antes de conocerme, por favor...


sábado, 20 de agosto de 2011

And left me here

Terminó la canción de Weezer y miró el reloj. Era pronto, y caminar hacia el metro por las mañanas rumbo al trabajo le permitía esos minutos musicales que tanto le reconfortaban. Encontraba en algunas canciones letras y ritmos que le hacían sentir bien. Y esa canción era una de ellas. No por nada en especial, pero esas melodías grises cuadraban perfectamente con el color que el cielo tenía justo antes de empezar el descenso por la boca de metro.



Y cuando parecía que iba a ser una larga historia, simplemente se subió al metro y vivió un día más como otro cualquiera. Porque a veces, el mundo simplemente se gira y te deja plantado en el lugar.

lunes, 15 de agosto de 2011

Nicotina.

Se despertó sudando, con la única sábana que había en su cama pegada al cuerpo. Era aún de noche y la temperatura había bajado un par de grados, aliviando el calor sofocante tan típico de la capital en Agosto. Sin embargo, había algo más pegado a su cuerpo: un brazo humano. Por un momento se asustó, pero se tranquilizó al ver que ese brazo seguía unido a su dueña. Vació sus pulmones lentamente y un dolor punzante en la cabeza le recordó que unas horas antes, había bebido demasiado. Lentamente empezó a recordar lo que había pasado esa misma noche, tratando de recordar cómo había conocido a la mujer que dormía a su lado.

Recordó que había ido a dar un paseo por la Gran Vía, y que como en muchas otras ocasiones, ese paseo había terminado en un banco de Plaza de España, mirando a la gente que pasaba mientras fumaba un cigarrillo. De ahí a su apartamento había unos cinco minutos a pie, de modo que le gustaba fumar sentado tranquilamente en lo que, según él, era el jardín de su casa. Recordó que hacia la medianoche, una chica se acercó y le pidió un cigarrillo. Él se lo habría dado sin rechistar, pero sólo le quedaban tres contando con el que se estaba fumando en ese instante, y tardó dos segundos en darse cuenta de que estaba pensándoselo demasiado. Antes de que ella pensase que era un tipo más extraño de lo que podía resultar alguien solo, en un banco, a las 12 de la noche en Madrid en Agosto, le ofreció el paquete de tabaco, abierto en un gesto universal de "sírvase ud. mismo".

-Muchas gracias- dijo ella con una media sonrisa. -¿Estás solo?

Él la miró algo extrañado y acto seguido contestó:

-Si por solo te refieres a que si no hay nadie más por aquí, entonces no. Ahora, si tu pregunta es si estoy acompañado, no lo estoy, de modo que si, estoy solo.

-¿Y no podrías haberme dicho que sí directamente?

-No soy una persona muy directa, la verdad. Pero ahora me toca preguntar a mí; ¿Qué hace una chica, sola, en Madrid, pidiéndole tabaco a un completo desconocido en un banco de la calle a estas horas de la noche?

-Vaya, a eso no puedo responder con una evasiva- dijo con una expresión entre pensativa y traviesa. -Supongo que me ha salido más barato que comprarme un paquete. Además, lo estoy dejando y sólo quería un cigarro, no un paquete entero.

Él dejó escapar una carcajada. Ella le miró y sus ojos parecían decir "No le veo la gracia a lo que acabo de decir." Antes de que pasara el segundo y medio necesario para que ella pensara que se estaba burlando de ella, él replicó.

-Me hace gracia eso que acabas de decir. Suena a una relación de pareja muy nicotínica.

-¿Nicotínica?

-Sí, nicotínica. Una de esas relaciones que hace daño, pero de las que es muy difícil salir porque una persona ejerce un poder casi magnético sobre la otra y viceversa.

-Vaya, nunca lo había pensado de ese modo. Hablas como si fueras un experto en relaciones nicotínicas...

-Al fin y al cabo, fumo. La adicción es mi rollo. De hecho me quedan dos cigarrillos en este paquete y sólo pensar que me tendría que ir a casa a por otro paquete me crea un poco de ansiedad.

-¿Y no te lo has traído? Me parece muy poco previsor por tu parte.

-Tenía pensado volver a mi casa- dijo él señalando la zona por la que vivía- en cuanto terminase este paquete, por eso no lo he traído.

Ella se sentó a su lado y le dijo - Pues creo que te voy a ayudar a terminártelo, y mientras me cuentas eso de tu ruptura nicotínica. Suena interesante.

Entonces él comenzó a hablar mientras se encendían los últimos cigarrillos de la noche.


-Realmente no es fácil salir de una relación así. Por muy mal que lo pases a diario, siempre te queda la esperanza de que las cosas cambien. Y cuando está claro que tiene que acabarse, porque no le está haciendo ningún bien a ninguno de los dos, siempre hay amagos, igual que cuando intentas dejar el tabaco. Pueden pasar varios días sin que uno hable con el otro después de una discusión, incluso alguno puede decir "hemos terminado". Pero a los cuatro o cinco días, el mono del contacto de la otra persona hace que uno de los dos marque el número del otro y las cosas se solucionan. Se queda, se pide perdón, y se realiza el equivalente a fumarse medio paquete del tirón.

-¿El equivalente? ¿Te refieres al sexo?

-Efectivamente. Pero no es solo sexo; tiene un componente de angustia, de añoranza, de adicción. Por eso algo muy importante es el momento de después: la noche. Después de una pelea seria y de su correspondiente reconciliación, la noche que pasan nuestros yonkis del amor es perfecta. No hay ni un roce. Ni una mala palabra. Todo es dulzura y buenas intenciones. Todo es paz. La nicotina invade sus torrentes sanguíneos y pinta todo de color de rosa, pero no es más que otro engaño pasajero. Tarde o temprano, vuelven los problemas.

-Entonces, ¿cómo se sale de una relación así?

-Pues igual que se deja de fumar, cada uno tiene su técnica. Sin embargo, a lo que más suele recurrir la gente es al "vale, no somos pareja pero seguimos acostándonos". Y ese es el mayor error que pueden cometer. Es como si, para dejar de fumar, le quitas al tabaco lo poco vegetal que aún le queda, y dejas la nicotina y el alquitrán. Es puro veneno. Satisfactorio, si, incluso reconfortante para el ego, que queda menos destrozado, pero te va comiendo poco a poco.

-¿Es lo que te pasó a tí?

Él dudó, puesto que hasta ahora, había estado hablando de un caso supuesto e hipotético. Cruzar el umbral de lo personal con alguien a quien acababa de conocer suponía una nueva apelación a la bondad de la humanidad. Pero no tenía nada que perder, ya que no volvería a verla en la vida.

-No. En mi caso fue distinto. No hubo un acuerdo para mantener la relación a un nivel determinado. Todo fue muy explosivo y, simplemente, un tiempo después de dejarlo, tuvimos nuestro momento nicotínico.

-¿Y cuál fue el problema entonces?

-El problema fue darme cuenta de la realidad. De que lo que echaba de menos no era solo su compañía, ni siquiera un impulso sexual. Lo que realmente echaba de menos era que, de madrugada, me despertase sin querer dándome una patada por un mal sueño. O que, a la mañana siguiente, su brazo pegajoso y caliente me diese calor. No echaba de menos la nicotina y el alquitrán, sino la planta de tabaco, y yo mismo la había cortado hacía tiempo, de modo que era imposible que volviese a crecer.

-¿Y qué hiciste?

-Cortar por lo sano. Aún hoy, cuando siento el mono de la nicotina, me salgo a la calle y fumo hasta que me raspa la garganta. Así me recuerdo a mi mismo que es mejor así, que no tiene sentido que dos personas lo pasen mal por el capricho de una de ellas.

Ella apuró el cigarro y lo apagó contra el suelo. Le miró fijamente a los ojos y dijo cuatro simples palabras.

-Vamos a tu casa.

-¿Qué?- respondió él con cara de no entender nada- Mira, no te conozco de nada, y me pareces muy maja, incluso eres bastante mona, pero no creo que ir a mi casa sea lo adecuado.

-Es verdad. Primero vamos a tomarnos unos chupitos, y después vamos a ir a tu casa a por tabaco, y a dormir.

-¿A dormir? Creo que me voy a ir a dormir yo, pero tú no me vas a acompañar. Ni siquiera se tu nombre.

-¿Y no es mejor así? Algo anónimo, como sexo sin compromiso entre desconocidos, pero al revés. Ternura sin compromiso entre desconocidos. Yo también echo de menos que alguien me ronque al oído por las mañanas. No eres el único que ha tenido relaciones nicotínicas, ¿sabes?

Él se lo pensó durante medio minuto. Al final, accedió.


El reloj marcaba las cuatro de la mañana cuando terminó de recordar la noche anterior. Llevaba unas dos horas durmiendo con aquella desconocida. No había pasado nada entre ellos, ni siquiera un beso furtivo como consecuencia de la botella de tequila que se habían bebido. La miró y ella abrió los ojos. Se sonrieron y volvieron a cerrar los ojos. Aún quedaba mucha noche para dormir.

Y a ninguno de los dos les apetecía lo más mínimo fumarse un cigarrillo.



OST: Post Break Up sex. The Vaccines


jueves, 11 de agosto de 2011

Ella

Un ruido le sobresaltó en medio de la noche. Inquieto, abrió los ojos para ver qué amenazaba su descanso y se quedó quieto, mirando fijamente al techo, a la espera de descubrir el origen del sonido que le había despertado. Lentamente, localizó el origen del tumulto justo a su lado, a su izquierda. Ella dormía plácidamente, ajena al escándalo que había provocado, probablemente por culpa de alguna pesadilla. Lentamente y para no despertarla, se levantó y se dirigió a la ventana. El calor era asfixiante, y una vez despierto, dudaba mucho de que pudiese volver a dormirse. Miró por el balcón mientras se ponía los auriculares y encendía un cigarrillo. "Todo el mundo me dice que me paso el día fumando" pensó, "pero es mentira; también me paso las noches". Su propia ocurrencia le hizo gracia, y decidió poner en marcha el reproductor antes de que se le ocurriesen más estupideces.

Jugó al aleatorio con sus listas de reproducción, y lanzó al aire la siguiente pregunta: "¿Cuánto tiempo crees que durará esta paz, mp3 mío?", y mientras la formulaba mentalmente, la miró. Miró al único ser del mundo que le apoyaba incondicionalmente, que siempre se alegraba al verle. Daba igual lo cansado que llegase a casa, porque Ella siempre tenía un gesto cariñoso que le alegraba la tarde. Mientras pensaba todo esto, apretó el play en modo aleatorio y los acordes de Dave Grohl y su banda empezaron a sonar en sus cascos. Para más señas, la versión acústica que él también había aprendido a tocar en la guitarra y cantaba de vez en cuando mientras Ella escuchaba y le miraba fijamente.



Escuchó la canción por completo y volvió a la cama cuando terminó el cigarro. Al sentarse en la cama, Ella se sobresaltó y abrió los ojos. "Tranquila, no pasa nada. Sólo tenía un poco de calor" le dijo mientras acariciaba su pelo. Ella pareció comprender el mensaje pese a no entender su idioma.

Ella respondió con un ladrido y volvió a dormirse.

jueves, 4 de agosto de 2011

vivo

Minutos musicales patrocinados por Forraje

Y yo, volviéndome loco,
de tanto preguntarle a la lluvia de otoño
¿Por qué siempre me encoño
de aquellos putos moños
que no están peinaos pa mi?


miércoles, 3 de agosto de 2011

Novedad.

Desde la azotea de un edificio del centro de una gran ciudad, dos ojos contemplaban el atardecer. El cielo adquiría tonalidades anaranjadas, y las nubes se volvían rosas cuando reflejaban la luz. Todos los días se repetía el celeste fenómeno, y todos los días alguien ocupaba su lugar de privilegio para observarlo. Tarde tras tarde, analizaba meticulosamente cada detalle, cada línea que trazaba el humo de un avión perfilado contra la bóveda azul de colores cambiantes. Las luces se encendían a sus pies, hasta que la noche cubrió la ciudad y el cielo se volvió de color negro. El mismo espectáculo de todos los días, salvo por una pequeña diferencia.

Una voz a su espalda se dirigió a él, que se habría sobresaltado si todavía tuviese la capacidad de asustarse.

-Hermoso, ¿verdad?

La que hablaba era una chica normal. Tan normal que si se hubiesen cruzado por la calle, ni se habrían dado cuenta porque ambos irían mirando el suelo. Él respondío con un silencio, y siguió mirando pensativo a las zigzagueantes serpientes de luz en las que se habían convertido las calles. Sin embargo, ella, persistente, se acercó. Buscó algo en sus pantalones, un par de tallas más grandes de lo que deberían ser, y sacó un paquete de tabaco. Ofreciéndole uno, le preguntó.

-¿Fumas?

Cogió el cigarrillo que ella ofrecía, y lo encendió con su mechero negro. Tras la primera bocanada de humo, se relajó un poco y empezó a hablar.

-No lo es.
-¿Perdona?
-Antes, has dicho que era hermoso. Pero el atardecer no es hermoso en absoluto. No es más que un conjunto de colores que varían en el tiempo y el espacio.
-¿Y eso no te parece hermoso?

Antes de dar la respuesta, se acercó el cigarrillo a la boca y dió un par de caladas al cigarrillo.

-Al principio parece hermoso, porque es la novedad. Pero cuando lo ves a diario durante semanas, meses, años, te das cuenta de que por mucho tiempo que pase, las variaciones son mínimas. Al final se vuelve rutinario, y pierde la belleza.

-¿Y no te resulta bello precisamente por eso?

Eso sí que le descolocó. Por primera vez desde que había empezado la conversación, la miró a los ojos. Verdes completamente. Brillantes. Parecían reflejar la picardía de un alma inquieta mezclada con la curiosidad de un niño pequeño. La pregunta adquirió un matiz diferente al ser planteada por la propietaria de aquellos ojos. Antes de que él pudiese articular palabra, ella siguió hablando.

-Hay belleza en la rutina. En la repetición de las cosas. Que el atardecer sea hermoso no depende de la novedad o de lo espectacular del momento. Lo realmente bonito de un atardecer es que por muchos que hayas visto, los pequeños cambios hacen cada atardecer especial. Y te dan alas para perderte en la profundidad de los colores, en las nubes arrastradas por el viento. Lo hermoso de cada noche, es que llega de un modo diferente cada día, y llega en un momento, un instante.

-¿Tú crees?- Respondió él, súbitamente interesado en exponer sus argumentos- La apreciación humana de la belleza no es más que un choque de endorfinas liberadas en respuesta al estímulo adecuado. Como todo fenómeno del cuerpo, si lo condicionas provocándolo diariamente a una misma hora, termina por hacerse cíclico, y si lo mantienes el tiempo suficiente, se hace independiente del estímulo.

-Sí, pero el atardecer no ocurre siempre a la misma hora. Cada día hay una variación de tiempo que es inapreciable para el cuerpo humano, de modo que tu teoría no tiene fundamento.

Ella parecía estar muy satisfecha con su última respuesta, porque sonreía y movía la cabeza con un gesto que quería decir algo así como "te estoy ganando en tu propio terreno" y una sonrisa de medio lado que confirmaba que estaba convencida de lo que decía.

-Efectivamente, no ocurre todos los días a la misma hora, pero ¿Y si el ciclo fuese más largo?
-¿Más largo?
-Sí. Si en lugar de ciclos diarios fuesen ciclos anuales.
-Entonces tendrías que pasarte una vida entera mirando el atardecer a diario y desde el mismo sitio, sería imposible para cualquier persona, por motivos de trabajo, familia, o lo que sea.

Por primera vez en toda la conversación, él sonrió. El cigarro se iba consumiendo lentamente. A ella, cada segundo que pasaba a su lado, él le parecía más alto. Debía tener ese tipo de personalidad que engrandece a la persona con la que hablas a cada segundo que avanza la conversación.

-Pues entonces, imagina que alguien viviese en la más absoluta soledad y durante el tiempo suficiente como para poder hacerlo. ¿No crees que para esa persona el atardecer dejaría de resultar hermoso?
-Me pides lo imposible. No hay ninguna persona que cumpla esas condiciones, con lo que a todo el mundo le parecería hermoso un atardecer.

En ese momento, él soltó una pequeña carcajada.

-¿Qué te hace tanta gracia?
-Que durante todo el rato que llevamos hablando, me ha dado la sensación de que ibas a terminar teniendo razón. Has sido capaz de argumentarme.
-Sabía que al final te convencería- dijo ella sonriéndole con esos ojos verdes.
-He dicho que me has argumentado, no que me hayas convencido. Al final has terminado dándome la razón.

Ella le miró extrañada y se dio cuenta de algo que la dejó sin aliento. No era que la conversación estuviese haciendo mella en su percepción, sino que realmente ese chico estaba un palmo más alto. Pero no porque hubiese crecido, sino porque sus pies, en ese punto de la noche, no tocaban el suelo.

-Como decía, me has dado la razón: ninguna persona o ningún humano podrían vivir tanto o permanecer en una soledad tal como para que la novedad dejase de impactarles. Pero cuando eres el único en todo el planeta, te puedes permitir ese pequeño lujo.

Ella miró boquiabierta cómo él apagaba el cigarrillo en el aire, sin tocarlo, creando una especie de vacío que lo consumió por la falta de oxígeno.

-¿Quién eres?- preguntó con una mezcla de temor y curiosidad, puesto que lo que tenía delante parecía un chico completamente normal, de unos veinte años.- ¿Un vampiro?
-Por favor, no me compares con esos gusiluz afeminados de la literatura moderna, ni con los lúbricos y sedientos de sangre de los clásicos. No, no soy un vampiro.
-Entonces, ¿qué eres?

Él dudó por un instante, mirando la línea del horizonte que se perfilaba contra las montañas a lo lejos.

-Realmente no es algo que se pueda explicar, ni siquiera es algo que yo pueda responder, ya que no conozco del todo la respuesta. Pero hay un modo de que lo descubras.
-¿Cuál?

La respuesta a su pregunta fue una mano tendida hacia ella y una frase que podía cambiar su vida para siempre.

-Que vengas conmigo y lo descubras por tí misma.

Ella miró la mano, indecisa. Dudó durante unos segundos, y al final extendió su propia mano para agarrar la de aquél desconocido. En el mismo instante que lo hizo, notó que se elevaba. No como si él estuviese tirando de ella, sino como si el aire que pisaba de repente cobrase vida y la empujase hacia el cielo. Mientras se separaba del tejado del edificio, la ciudad se iba convirtiendo en una imagen igual a las fotos tomadas desde el aire que había visto en internet. Cuando estaban ambos a unos cincuenta metros sobre los tejados, él dijo:

-El viaje va a ser largo. Así que para irnos conociendo, te contaré mi historia. Todo empezó hace ya varios cientos de años...

Sus palabras se difuminaron en la noche cuando dos cuerpos empezaron a deslizarse por el aire en la oscuridad. Pero ella escuchaba cada palabra que él iba diciendo.

domingo, 31 de julio de 2011

Tower

Era media tarde cuando por fin abrió los ojos. Estaba cansada después de otra noche en vela, otra noche en la que no había conseguido cerrar los ojos hasta que fue casi de día. Se levantó del sofá y apagó la televisión. El calor hizo que fuese a la cocina en busca de algo que la refrescase y aliviase esa sensación de ahogo. Al final, y tras no encontrar nada, decidió encenderse un cigarrillo.

De camino al sofá, hizo un alto para asomarse a la ventana. Desde arriba, las personas parecían algo más pequeñas. No era un piso demasiado alto, pero sí lo suficiente como para sentirse en una torre de vigía cada vez que se asomaba. Los ruidos de la calle llegaban distorsionados y atenuados, y las voces se entremezclaban haciendo imposible distinguir lo que decían. De pronto se sintió como llevaba sintiéndose desde que era capaz de recordar; como una desconocida en su propia casa. Echando de menos no sabía muy bien qué, porque el remolino de emociones y voces de su interior no le dejaba tenerlo muy claro. Pese al calor sofocante, ella sentía frío cada vez que se sentaba en silencio en su cama y no encontraba lo que buscaba a su lado. Así que se colocó los auriculares, y escuchó su canción favorita.



A escasos centímetros de su mano, veía el móvil con el que podría romper esa jaula de cristal que ella misma se estaba construyendo. Lo cogió, lo miró... y lo volvió a dejar en la mesa.

Tal vez el hielo estuviese más clavado en su interior de lo que jamás habría pensado.

martes, 26 de julio de 2011

Zanahorias

Estaba harto de los libros. Ya era tarde y en la calle se escuchaba el silencio. Cansado de intentar memorizar cosas, se levantó y abrió la ventana. No era la noche más calurosa del verano y eso se agradecía. A oscuras, la única luz que entraba en su dormitorio era la que proyectaba la farola a pocos metros. Cogió el cenicero y su reproductor de música, y puso la reproducción en modo aleatorio. Mientras encendía un cigarro, comenzó a sonar una canción que tenía olvidada.



Y mientras iba recordando la canción, se iba acordando de otras cosas que, por más que lo intentara, no era capaz de olvidar. No era capaz de olvidar la espera apoyado en un árbol de la calle, nervioso. No era capaz de olvidar los constantes repasos a su ropa para asegurarse de que todo estaba bien. No podía olvidar el gusanillo que le bailó por dentro al ver que alguien subía por la escalera.

Pero sobre todo, y por más que lo intentaba, no era capaz de olvidar que, si entras en una tienda de frutas y verduras, y tocas un par de zanahorias, te tienes que llevar el manojo entero, por muchas que sean.

Y cuando terminó la canción, aún le quedaba medio cigarrillo, y muchas cosas rondándole por la cabeza. El humo se perfilaba nacarado en la oscuridad de la noche por el reflejo de las luces, acompañado del sonido de una exhalación.

Tal vez realmente, 6 pies no sean tanta profundidad.

sábado, 23 de julio de 2011

Howling to the moonlight on a hot summer night

Mientras el humo difuminaba el perfil de la luna, él ajustó el volumen de los auriculares. Tras un rato conduciendo había llegado a una zona elevada desde la que se veía toda la ciudad iluminada. Llevaba un rato sentado en el capó, casi tumbado, con los brazos apoyados en las rodillas y llenándose los pulmones de nicotina.

Y de repente, un gato pasó por delante. Le hizo recordar otro gato que conoció, que no tenía los ojos de distinto color pese a su nombre, y le hizo reflexionar sobre su propia existencia. Justo en ese momento, empezó a sonar esta canción:



"howling to the moonlight on a hot summer night"...

Le pareció tan adecuado que se encendió otro cigarrillo.

lunes, 18 de julio de 2011

Mañanas

Hacía ya bastante rato que el despertador había sonado por primera vez. Al entreabrir los ojos, miró la hora en el reloj y se maldijo silenciosamente por no haberse levantado de la cama a la hora que tenía prevista. Lentamente se incorporó, y miró por la ventana. El sol ya apretaba con fuerza en la típica mañana veraniega de Madrid. Las sombras de los otros edificios no servían de parapeto para su ventana, y un aire caliente y sofocante entraba en sus pulmones como chorros de fuego que le quemaban por dentro. Se acercó a la mesa y encendió un cigarrillo. "El primero de la mañana" pensó. "Este es el último paquete que me compro. Tengo que dejar de fumar ya".
Mientras daba vueltas a su falsa promesa de abandono del tabaco, cogió un cenicero y puso rumbo a la cocina. Café frío del día anterior, que se hacía menos insoportable con un golpe de microondas y un poco de azúcar. Tres o cuatro galletas de un mueble desvencijado, un zumo de naranja de bote, pero con un porcentaje aceptable de auténtico zumo exprimido, una bandeja y a la mesa. Pequeña pero suficiente para los solitarios desayunos de la capital. Y al fondo, al lado de la nevera,una pequeña televisión con un receptor TDT encima. Tras cinco segundos de duda, se decidió a encenderla. Al ver la bazofia televisiva matutina, optó por algo sencillo: dejar un canal de música para, al menos, entretener al oído mientras desayunaba.

Llevaba dos minutos dando vueltas al café mientras apuraba el cigarrillo, cuando de repente reconoció una melodía en el videoclip que empezaba. Recordó la última vez que había escuchado esa canción, meses atrás, y dejó de darle vueltas al café. Miró su teléfono, pero sabía que no habría mensajes nuevos, ni viejos, puesto que tiempo atrás había decidido dejar atrás todo lo relacionado con esa canción. Abrió la lista de contactos. Puso el dedo sobre la conversación cerrada ya por semanas, y dudó. Dudó porque no quería volver al inicio, a la duda, a la incertidumbre, a la culpabilidad y la aceptación del daño infringido. Dudó porque había llegado a apreciar la vida de gato callejero, caprichoso, libre y solitario que estaba manteniendo. Dudó porque, desde que encerró sus sentimientos bajo llave en lo más profundo de su corazón, al menos pasaba los días tranquilo, pese a que por las noches seguía soñando con la misma canción. Dudó durante todo el rato que duró la canción en el televisor.

Terminó la canción, y con ella terminaron las dudas. Bloqueó el teléfono y terminó de desayunar. Aún tenía unos días de vacaciones, y esa noche iba a dar un largo paseo a la luz de la luna.

Se tragó sus sentimientos una vez más, y por si acaso, metió la caja en la que los tenía guardados en un cubo de hormigón. Caminó tres pasos por la cubierta de sus emociones, y los tiró... por la borda

lunes, 11 de julio de 2011

"Si tu magia ya no me hace efecto...

...¿cómo voy a continuar?"


Porque, a veces, el hechizo de una mirada se desvanece tan rápido como llegó. Y en esos momentos, el viento sopla arrastrándonos a lugares desconocidos y remotos. No hay nada como dejarse llevar.



Aunque en ocasiones, dejarse llevar nos devuelva al principio de todo.

viernes, 8 de julio de 2011

La parábola del tonto

Dedicada a todos los que alguna vez se han sentido tontos.


Antes que te vayas vas a contemplar,
he hecho algunos cambios, te sorprenderán.
Ya no hay confusión
ya que el rencor duerme ahora en un desván.
Dime ...

Lo has visto, no hay nada de lo que tanto odiabas,
lo he cambiado todo de lugar.
Espera, aguarda, nunca valoras nada,
tus mudanzas aún no pueden empezar.

He tirado bolsas llenas de ansiedad
y aquellos defectos que uno guarda por guardar.
Ya no sé quien soy,
tan sólo sé que hay más luz de lo habitual.
Mira ...

No lo hagas, no lo hagas, por qué me das la espalda,
lo he cambiado todo de lugar.
Mil gracias, de nada,
fue mi última bobada de adolescente, tú ahora buscas novedad.

jueves, 7 de julio de 2011

Catalejos.

Cuenta una historia antigua que había un sabio un tanto bohemio y solitario, que pasaba el tiempo teorizando acerca de las estrellas, mientras las observaba desde la distancia utilizando su viejo catalejo. No era especialmente feliz, pero tampoco desgraciado. Simplemente tenía una perpetua media sonrisa en la cara, y solo mudaba el gesto cuando se quedaba a solas, y convertía su faz en un lienzo en blanco, reflejo de sus cavilaciones internas sobre los astros.

Cuenta otra historia que, cierta estrella muy brillante, se sentía cansada de brillar en un cielo nocturno infinito, hermoso pero superficial, en el que cada estrella estaba realmente a millones de metros de distancia. Un cielo en el que, por mucho que brillase, su luz sólo se percibiría como un punto más, sin nadie realmente cercano que mereciese bañarse en esa luz y ese calor.

Dicen los que vivían entonces que un día, de una manera azarosa, casi milagrosa por lo infinitesimal de su probabilística, el sabio y la estrella cruzaron sus miradas. Reconocieron en el alma del otro algo que habían estado buscando por mucho tiempo sin saberlo, y comenzaron a hablar. Se cuenta que pasó el tiempo, los años, y un día, la estrella cayó del cielo porque no quería sentirse solitaria en medio de aquel cielo infinito. El sabio, extrañado de no verla brillando como cada noche, se puso a buscarla por todas partes. Conoció mundo, vivió muchas experiencias, amó, odió, hizo amigos y enemigos. Pero sobre todo, aprendió. Se hizo mayor pero no demasiado, y cuando había empezado a perder la esperanza de encontrar a su estrella, encontró lo que había estado buscando todo ese tiempo.

Los cronistas no se ponen de acuerdo sobre qué pasó después, pero casi todos coinciden en dos cosas: una, que el resto de estrellas dejaron de brillar para el sabio, y que todo lo que había aprendido buscando su estrella le ayudaron a hacerla feliz. Otra, que la felicidad que aquel soñador bohemio había estado buscando en las estrellas, no se encontraba en el brillo de un astro a millones de kilómetros de distancia, sino en una respiración calmada y una cabeza apoyada en su pecho mientras, alrededor, el mundo giraba sin que a ellos les importase.

jueves, 30 de junio de 2011

Clint Eastwood

Un hombre bajo la luna. Mientras camina, la soledad se refleja entre las arrugas de sus ojos. El polvo del desierto rechina entre sus dientes y su mirada torcida refleja el peso de la amargura que carga.

Menos mal que nuestro protagonista ya no es así. Aunque le siga encantando esta canción.

jueves, 23 de junio de 2011

La noche más corta del año

La noche más corta del año no fue la que menos duró. Ni la que tuvo menos horas sin sol. La noche más corta del año comenzó como otras muchas noches: con un paseo. Un paseo bajo el crepúsculo mientras comenzaba un eclipse lunar. Era un paseo idéntico a otros tantos, pero distinto y especial. Distinto porque él no iba solo. Especial porque no se sentía solo. Dos pares de ojos escrutaban el firmamento intentando ver el disco lunar teñido de rojo y ensombrecido en gran parte por la sombra que proyectaba el planeta. Cobrizo, y difícil de ver entre los edificios de la gran ciudad. Pero allí estaba, esquivo, fugaz, como el sentimiento por tanto tiempo anhelado que comienza a aletear de nuevo.

La noche más corta del año no tuvo saltos sobre hogueras, ni baños en la playa. Pero tuvo saltos de emociones y baños en unos ojos color miel. No tuvo oleadas de agua, ni salitre pegado en la piel, sino oleadas de adrenalina y aire caliente raspando como si fuese una lija entre los labios de dos afortunados.

La noche más corta realmente no fue corta, pero pasó volando, tan veloz que dos personas ni siquiera se enteraron de que ocurría. Lo único bueno es que para ellos, a partir de ahora, todas las noches del año serán la más corta.

miércoles, 15 de junio de 2011

Esta noche no pararé de girar

Ese último verso resonaba en su cabeza una y otra vez, como un presagio de lo que iba a ser su noche. Esa canción le provocaba un rítmico meneo de los hombros, con el "chac, chac, chac" de la caja de ritmos ligado a su pie izquierdo. Se miró al espejo y, para variar, no le gustó lo que veía. Esos ojos castaños, corrientes. Las arrugas que se le formaban en toda la cara si expresaba cualquier emoción, fuese alegría o tristeza. Pero le daba igual. Sabía que siempre iba a estar descontento consigo mismo, así que lo mejor era resignarse. Aderezarse en la medida de lo posible y sonreír.

Hacía ya tiempo que había mandado todo al garete. Lo que la gente pensara, dijera o se callara sobre él. Lo que las personas que una vez fueron importantes recordaran o dejasen de recordar. Lo que los ojos ven no es lo único que hay, así que agarró su mejor camisa, sus pantalones recién planchados y los zapatos limpios. Corbata con el nudo a media altura para un toque diferente. Arreglado pero no demasiado. Música de Elefant Records para calentar el cuerpo y la cabeza y repasar mentalmente el plan para la noche. Copas, conversación y baile. Pasear en soledad de camino a casa y dormir. Mecánico, como una ciencia exacta. Y si en algún momento la noche empieza a pintar no ya castaño oscuro, sino ligeramente marronácea, bomba de humo y desaparecer. Música alegre para camuflar cualquier estado de ánimo mientras se dirigía al metro y la mente en blanco.

Llegó al bar y saludó a sus conocidos y amigos. Sonrisa de lado a lado de la cara y primera copa. Todo según lo planeado. "¿El curro? bien, cansado pero me permite tomar un par de copas con vosotros, jajajaja. Ya queda poco para que me asciendan y podré permitirme algún lujo extra. Lo cierto es que mis jefes me tienen algo cansado pero..."

La frase se quedó a medias, en el aire. Interrumpida en el momento que desvió sus ojos del lado de una cara conocida para posarse en unos ojos anónimos que le observaban desde una esquina del garito. Los dioses de la ironía habían jugado su baza colocando en su línea de visión algo capaz de mandar al traste todo lo planeado anteriormente. "¿Me disculpas? tengo que ir al baño. El alcohol, ya sabes... jejeje."

Repaso rápido en el espejo, agua fría para lavar la cara y aclarar las ideas. No lo hagas. No hables con ella. Mañana tienes cosas que hacer mejores que preocuparte por otro fiasco nocturno. Así que sigue con lo tuyo y en un par de horas, a casa.

Pero nada más cruzar la puerta del baño, aquellos extraños ojos le miraban desde un palmo de distancia. Habló, y su voz fue extraña, como un chorro helado que, no obstante, tenía el calor suficiente para derretir un par de las capas de hielo con las que iba forrado. Mientras ella le daba conversación en la barra del bar, él recordaba partes de la canción que le llevaba rondando la cabeza todo el día.

Dime por qué
las cosas son distintas desde ayer
es el final o
empieza lo mejor
Dime, tal vez,
si hago mal negándome a crecer
si se acabo ya la diversión
si debo imaginarme lo peor


Pero el tiempo pasaba y la canción avanzaba. Al final, todo lo planeado se difuminó en el olvido y una vez más, se abandonó a la conversación pensando que, por qué no, esa noche sería distinta. Y cuando dos horas después, debajo de una farola medio estropeada, sus labios se rozaron con timidez, la canción llegaba a su final.

Ya sé por qué
las cosas son distintas desde ayer
no es el final
todo esto va a cambiar
Quizá, no sé,
me dirija al fracaso por última vez
pero es que eso ahora me da igual
porque esta noche no pararé de girar

lunes, 13 de junio de 2011

Calor

Hacía calor cuando él salió del trabajo. El verano no había empezado oficialmente, pero los días ya eran lo suficientemente largos y calurosos como para pasárselos pensando en piscinas heladas, cerveza fría, y terracitas al aire libre por la noche. Salía cansado del trabajo, si esque a eso se le podía llamar trabajo. Mover bultos de una estantería a otra durante 4 horas. Tampoco estaba tan mal. Había aire acondicionado, y la tarea mecánica le permitía pasarse las tardes pensando un poco y poniendo en orden su cabeza. Donde los demás veían rutina, él encontraba una oportunidad diaria para hacer introspección y ponerse en paz consigo mismo. Y encima cobraba por ello.

Hacía calor, y a esas horas de la tarde el asfalto quemaba, después de haberse pasado el día bronceándose al sol. Quemaba tanto que el aire del anochecer madrileño era tibio en comparación. El sol ya no daba de pleno, y apenas se intuía entre las paredes de algún edificio. Aún tenía por delante un paseo, así que se encendió un cigarrillo para aderezar sus pulmones con la caminata.

Hacía calor, y a lo lejos vió algo que le resultaba familiar. La altura, el corte de pelo, la manera de andar... siempre había presumido de ver bien de lejos, pero era demasiado lejos. Así que mientras se acercaba, trataba de enfocar. No por nada en especial, sino por asegurarse de lo que veía. Y mientras lo hacía, le venían a la cabeza recuerdos del ayer, historias no siempre felices que en su día le provocaban cierto tipo de sensaciones al recordarlas, pero que en esa tarde calurosa se habían evaporado como el humo del cigarrillo. Otra calada. Otro paso. Paso, paso, paso, calada. ¿Escaparate? Nah, demasiado caro. Paso, paso, paso... y por fin, imagen clara. Nítida y cristalina. La misma cara y los mismos ojos que se había pasado mirando noches enteras, añorando días enteros, e intentando olvidar días y noches. El cigarrillo se terminaba y los dedos empezaban a quemarse. Exhalando el humo, inmóvil, mirando al punto fijo que se mantenía de pie, a 15 metros, y que no le veía. Paso, paso, paso... y cruce de miradas. Silencio. Esos dos ojos almendrados le miraron con nerviosismo, a él y al chico que la llevaba agarrada por los hombros. La mirada bailaba inquieta, de uno a otro, no sabiendo muy bien qué hacer.

Hacía calor, y él sabía exactamente lo que hacer. Última calada. Colilla al suelo, sonrisa de medio lado y a seguir caminando. Caminar con una sonrisa en el asfalto hirviente de la ciudad, porque esos ojos ya no le despertaban nada.

Hacía calor, y él por dentro se sentía de hielo.