viernes, 8 de febrero de 2013

Trenes

El viento soplaba con fuerza tras las ventanas. Las ramas de los árboles crujían y las pequeñas y caprichosas aberturas hacían que pareciese que alguien silbaba en la calle. Todos aquellos sonidos eran bastante inquietantes, pero ellos no escuchaban nada. No escuchaban nada porque ni un cataclismo de proporciones épicas podía hacer que se centraran en otra cosa que no fueran el uno en el otro.

La habitación estaba revuelta desde hacía horas. Dos pares de ojos oscuros se miraban fijamente entre respiraciones entrecortadas por momentos. Por sus mentes pasaban arremolinadas y entremezcladas imágenes, sonidos, sensaciones... un todo de evocaciones de los momentos que llevaban compartiendo desde no sabían cuánto. Pero sus mentes no estaban centradas en lo general, sino en los detalles que hacían de todo aquello algo único, especial. Aquella minúscula gota de sudor que se deslizó por su cuello mientras todos los músculos de su cuerpo se tensaban. El primer instante en el que ella abrió los ojos tras minutos con ellos cerrados. Todo lo que se susurraban el uno al otro...

Pero en aquel momento se estaban comunicando sin palabras. Sabían solamente con mirarse a los ojos que aquéllo no había hecho más que empezar, y que la noche aún era joven. Cada uno reposando sobre un costado, cara a cara, con el pelo más revuelto de lo que a ambos le gustaría. Sus manos se soltaron un momento mientras él comenzaba a dibujar con un dedo todas las curvas del cuerpo de ella. Su mirada oscura y profunda era ahora inquisitiva, una mezcla entre curiosa y divertida, dependiendo de qué zona de su cuerpo estuviese siendo recorrida en ese momento. Mientras, él intentaba utilizar el tacto además de la vista para memorizar todo aquello. Continuó su recorrido hasta que llegó a su cara, y la caricia en aquél momento se convirtió en algo más. Mientras la palma de su mano se posaba en la cara de ella con los dedos algo enredados en su melena, su pulgar comenzó a perfilar sus labios, muy muy lentamente. Tan lentamente que parecía que no se estuviera moviendo.

Pero se movía, y mientras lo hacía, él se acercó y besó suavemente su cuello y el ángulo de su mandíbula. Casi a cámara lenta, fue ascendiendo hasta contactar con sus labios. Notó que ella comenzaba a acelerar la respiración y todo en aquella habitación quedó en un segundo plano. Todo salvo cada centímetro cuadrado de piel en contacto.

Le daba igual lo que pasara al día siguiente. Le importaba una mierda el resto del mundo. En aquel momento nada le importaba más que poder derretirse otra vez con ella.

Porque, al fin y al cabo, hay trenes que sólo pasan una vez...