Sin embargo, quedaba la última parte del proceso. Menos dolorosa, sí, pero no menos incapacitante. Tras el dolor llegaban días de malestar, oscuridad y debilidad. Días en los que no conseguía juntar fuerzas para casi nada, y si lo hacía era peor, pues un dolor punzante se clavaba en su cabeza durante unos segundos, nublándole la vista. Ni siquiera podía consolarse mirando por la ventana, pues el veraniego paisaje le resultaba molesto por culpa de la luz. Así que se resignó a seguir con la persiana bajada esperando a que llegara la noche.
Pero, ¿y si la noche no llegaba? Al fin y al cabo, llevaba tanto tiempo sin verla, sin mirarla a los ojos fijamente, que tal vez se hubiera olvidado de él. Llevaba tanto tiempo sin sentir la oscuridad bailar a su alrededor, que tal vez la noche ya no quisiera jugar con él. Y la espera le hacía sentir intranquilo, vulnerable.
Por suerte, no pudo pensar mucho. Todos aquellos pensamientos se vieron interrumpidos por una punzada de dolor cuando sonó el teléfono y el mundo volvió a convertirse en una amalgama de luces, dolor y maldiciones masculladas entre dientes. Volvió a su realidad diurna, en la que comenzaba a sonar una de sus piezas favoritas
Después de todo, la vida es un carrusel. Unas veces se está arriba y otras, abajo. Pero lo importante no es eso, sino quién te sujeta la mano desde el caballo de al lado.