jueves, 30 de junio de 2011

Clint Eastwood

Un hombre bajo la luna. Mientras camina, la soledad se refleja entre las arrugas de sus ojos. El polvo del desierto rechina entre sus dientes y su mirada torcida refleja el peso de la amargura que carga.

Menos mal que nuestro protagonista ya no es así. Aunque le siga encantando esta canción.

jueves, 23 de junio de 2011

La noche más corta del año

La noche más corta del año no fue la que menos duró. Ni la que tuvo menos horas sin sol. La noche más corta del año comenzó como otras muchas noches: con un paseo. Un paseo bajo el crepúsculo mientras comenzaba un eclipse lunar. Era un paseo idéntico a otros tantos, pero distinto y especial. Distinto porque él no iba solo. Especial porque no se sentía solo. Dos pares de ojos escrutaban el firmamento intentando ver el disco lunar teñido de rojo y ensombrecido en gran parte por la sombra que proyectaba el planeta. Cobrizo, y difícil de ver entre los edificios de la gran ciudad. Pero allí estaba, esquivo, fugaz, como el sentimiento por tanto tiempo anhelado que comienza a aletear de nuevo.

La noche más corta del año no tuvo saltos sobre hogueras, ni baños en la playa. Pero tuvo saltos de emociones y baños en unos ojos color miel. No tuvo oleadas de agua, ni salitre pegado en la piel, sino oleadas de adrenalina y aire caliente raspando como si fuese una lija entre los labios de dos afortunados.

La noche más corta realmente no fue corta, pero pasó volando, tan veloz que dos personas ni siquiera se enteraron de que ocurría. Lo único bueno es que para ellos, a partir de ahora, todas las noches del año serán la más corta.

miércoles, 15 de junio de 2011

Esta noche no pararé de girar

Ese último verso resonaba en su cabeza una y otra vez, como un presagio de lo que iba a ser su noche. Esa canción le provocaba un rítmico meneo de los hombros, con el "chac, chac, chac" de la caja de ritmos ligado a su pie izquierdo. Se miró al espejo y, para variar, no le gustó lo que veía. Esos ojos castaños, corrientes. Las arrugas que se le formaban en toda la cara si expresaba cualquier emoción, fuese alegría o tristeza. Pero le daba igual. Sabía que siempre iba a estar descontento consigo mismo, así que lo mejor era resignarse. Aderezarse en la medida de lo posible y sonreír.

Hacía ya tiempo que había mandado todo al garete. Lo que la gente pensara, dijera o se callara sobre él. Lo que las personas que una vez fueron importantes recordaran o dejasen de recordar. Lo que los ojos ven no es lo único que hay, así que agarró su mejor camisa, sus pantalones recién planchados y los zapatos limpios. Corbata con el nudo a media altura para un toque diferente. Arreglado pero no demasiado. Música de Elefant Records para calentar el cuerpo y la cabeza y repasar mentalmente el plan para la noche. Copas, conversación y baile. Pasear en soledad de camino a casa y dormir. Mecánico, como una ciencia exacta. Y si en algún momento la noche empieza a pintar no ya castaño oscuro, sino ligeramente marronácea, bomba de humo y desaparecer. Música alegre para camuflar cualquier estado de ánimo mientras se dirigía al metro y la mente en blanco.

Llegó al bar y saludó a sus conocidos y amigos. Sonrisa de lado a lado de la cara y primera copa. Todo según lo planeado. "¿El curro? bien, cansado pero me permite tomar un par de copas con vosotros, jajajaja. Ya queda poco para que me asciendan y podré permitirme algún lujo extra. Lo cierto es que mis jefes me tienen algo cansado pero..."

La frase se quedó a medias, en el aire. Interrumpida en el momento que desvió sus ojos del lado de una cara conocida para posarse en unos ojos anónimos que le observaban desde una esquina del garito. Los dioses de la ironía habían jugado su baza colocando en su línea de visión algo capaz de mandar al traste todo lo planeado anteriormente. "¿Me disculpas? tengo que ir al baño. El alcohol, ya sabes... jejeje."

Repaso rápido en el espejo, agua fría para lavar la cara y aclarar las ideas. No lo hagas. No hables con ella. Mañana tienes cosas que hacer mejores que preocuparte por otro fiasco nocturno. Así que sigue con lo tuyo y en un par de horas, a casa.

Pero nada más cruzar la puerta del baño, aquellos extraños ojos le miraban desde un palmo de distancia. Habló, y su voz fue extraña, como un chorro helado que, no obstante, tenía el calor suficiente para derretir un par de las capas de hielo con las que iba forrado. Mientras ella le daba conversación en la barra del bar, él recordaba partes de la canción que le llevaba rondando la cabeza todo el día.

Dime por qué
las cosas son distintas desde ayer
es el final o
empieza lo mejor
Dime, tal vez,
si hago mal negándome a crecer
si se acabo ya la diversión
si debo imaginarme lo peor


Pero el tiempo pasaba y la canción avanzaba. Al final, todo lo planeado se difuminó en el olvido y una vez más, se abandonó a la conversación pensando que, por qué no, esa noche sería distinta. Y cuando dos horas después, debajo de una farola medio estropeada, sus labios se rozaron con timidez, la canción llegaba a su final.

Ya sé por qué
las cosas son distintas desde ayer
no es el final
todo esto va a cambiar
Quizá, no sé,
me dirija al fracaso por última vez
pero es que eso ahora me da igual
porque esta noche no pararé de girar

lunes, 13 de junio de 2011

Calor

Hacía calor cuando él salió del trabajo. El verano no había empezado oficialmente, pero los días ya eran lo suficientemente largos y calurosos como para pasárselos pensando en piscinas heladas, cerveza fría, y terracitas al aire libre por la noche. Salía cansado del trabajo, si esque a eso se le podía llamar trabajo. Mover bultos de una estantería a otra durante 4 horas. Tampoco estaba tan mal. Había aire acondicionado, y la tarea mecánica le permitía pasarse las tardes pensando un poco y poniendo en orden su cabeza. Donde los demás veían rutina, él encontraba una oportunidad diaria para hacer introspección y ponerse en paz consigo mismo. Y encima cobraba por ello.

Hacía calor, y a esas horas de la tarde el asfalto quemaba, después de haberse pasado el día bronceándose al sol. Quemaba tanto que el aire del anochecer madrileño era tibio en comparación. El sol ya no daba de pleno, y apenas se intuía entre las paredes de algún edificio. Aún tenía por delante un paseo, así que se encendió un cigarrillo para aderezar sus pulmones con la caminata.

Hacía calor, y a lo lejos vió algo que le resultaba familiar. La altura, el corte de pelo, la manera de andar... siempre había presumido de ver bien de lejos, pero era demasiado lejos. Así que mientras se acercaba, trataba de enfocar. No por nada en especial, sino por asegurarse de lo que veía. Y mientras lo hacía, le venían a la cabeza recuerdos del ayer, historias no siempre felices que en su día le provocaban cierto tipo de sensaciones al recordarlas, pero que en esa tarde calurosa se habían evaporado como el humo del cigarrillo. Otra calada. Otro paso. Paso, paso, paso, calada. ¿Escaparate? Nah, demasiado caro. Paso, paso, paso... y por fin, imagen clara. Nítida y cristalina. La misma cara y los mismos ojos que se había pasado mirando noches enteras, añorando días enteros, e intentando olvidar días y noches. El cigarrillo se terminaba y los dedos empezaban a quemarse. Exhalando el humo, inmóvil, mirando al punto fijo que se mantenía de pie, a 15 metros, y que no le veía. Paso, paso, paso... y cruce de miradas. Silencio. Esos dos ojos almendrados le miraron con nerviosismo, a él y al chico que la llevaba agarrada por los hombros. La mirada bailaba inquieta, de uno a otro, no sabiendo muy bien qué hacer.

Hacía calor, y él sabía exactamente lo que hacer. Última calada. Colilla al suelo, sonrisa de medio lado y a seguir caminando. Caminar con una sonrisa en el asfalto hirviente de la ciudad, porque esos ojos ya no le despertaban nada.

Hacía calor, y él por dentro se sentía de hielo.