Al llegar a la parte de atrás de la casa, se sentó en el borde de la piscina, metió los pies dentro y levantó la vista al cielo. Le gustaba mucho mirar a las estrellas por la noche. Sin duda alguna, era su parte favorita del verano. Ni el calor, ni la playa, ni la gente ligera de ropa; nada le reportaba mayor satisfacción que poder pasar unos minutos cada día contemplando las estrellas en el cielo, a la espera de que alguna estrella fugaz cortase con su resplandor el negro tapiz que se extendía, infinito, ante sus ojos. Aquella pasión por la noche le hizo recordar el año anterior: por su pasión en el estudio de las constelaciones (a nivel de aficionado por supuesto) le habían pedido dar una pequeña charla en una acampada, y recordaba bien la fecha porque había sido la última luna nueva de Agosto del verano de 2012. Aquello había ocurrido exactamente 360 días antes. Y lo recordaba también porque aquella noche cruzó por el cielo la mayor estrella fugaz que podía recordar. Tanto era así, que pese a ser poco dado a las supersticiones, pidió un deseo a aquella estrella.
Había pedido el deseo porque era plenamente consciente de que su crisálida se había roto ya, y que aquél paréntesis que se había tomado en su vida había llegado a su fin. Estaba preparado para cambiar de rumbo. Para cambiar 180 grados, no 360 como dice erróneamente mucha gente. Al fin y al cabo, un giro de 360 grados te deja exactamente en el mismo sitio, incluso algo mareado si el giro ha sido demasiado rápido. Lo más curioso era que aquella estrella le había concedido su deseo. Su cambio de rumbo, su giro de 180 grados, había ocurrido gracias a una persona de cabello negro como la noche y sonrisa deslumbrante como la luna. Entonces, de repente, como una estrella fugaz acelerando por el firmamento, un pensamiento atravesó raudo su mente, y dibujó una media sonrisa en su cara.
Al fin y al cabo, para tener 180, solo hay que dividir 360 entre 2.
Al fin y al cabo, para tener 180, solo hay que dividir 360 entre 2.