martes, 1 de septiembre de 2015

Mitades y ventiladores

Aquella tarde de Septiembre el calor se pegaba a su cuerpo con más intensidad que cualquier pegamento del mercado. Ni siquiera una ducha bien fría había servido para aliviar la sensación pegajosa y agobiante que dominaba sus sentidos en las últimas horas. El ventilador barato hacía correr de manera oscilante el aire de la habitación, creando una falsa sensación de alivio los instantes en los que chocaba de pleno con su piel. Se encontró a sí mismo atrapado en el vaivén del rotor. Ahora sí, ahora no. Alivio, calor. Qué gusto, joder qué asco. Había reposado la espalda contra el cojín para mirar el techo, doblando el cuello casi 90 grados hasta contemplar el blanco de las molduras.

Debería estar contento, ya que las vacaciones habían comenzado un par de días atrás y quedaba todo lo mejor por delante. Más de la mitad de los días para desconectar, para tratar de llenarlos de experiencias y momentos en los que refugiarse y a los que volver durante las tediosas semanas de rutina. Pero le faltaba algo.

Del mismo modo que a intervalos regulares le faltaba el aire del ventilador, le faltaba la mitad de algo. La cama de repente era muy grande, y se dio cuenta de que la mitad vacía le resultaba extrañamente hostil, como si un muro intangible le impidiera ocuparla. No era la falta de costumbre dado que la inmensa mayoría de los días dormía sólo. Era algo diferente. Tal vez la creencia inconsciente de que dejando ese hueco libre se llenaría antes. La añoranza de quien volvería pronto,  pero cuya ausencia resultaba más patente que nunca.

 Cerró los ojos y se entregó de nuevo al zumbido constante de las aspas rotando, y trató de ignorar el tiempo para que pasara más rápido. Los abrió dos eternidades y tres segundos después.

Ahora no, calor, joder qué asco. Pero sabía que la brisa refrescante nocturna volvería, del mismo modo que el ventilador siempre volvía.

sábado, 22 de marzo de 2014

Vacío

Una vez más, llegó la primavera. Los días empezaban a ser más largos y templados, y Marzo entraba con su viento típico, como intentando barrer el frío del ambiente. La noche anterior había enlazado con el día y apenas había dormido un par de horas. La garganta le dolía y la falta de sueño le dejaba en un estado de atontamiento y flojera generalizados. La música sonaba en sus auriculares, pero no escuchaba nada. A diferencia de los últimos meses, se sentía por primera vez vacío por dentro. Tanto era así, que no se sentía con fuerzas para seguir escribiendo.


Así que cerró los ojos, y se centró en escuchar el silencio.


lunes, 10 de febrero de 2014

Temporal

Como tantas veces antes, como tantas que vendrían después, su día comenzaba con los auriculares puestos y mirando por la ventana. Había perdido la cuenta de los días en los que el telediario o la prensa se veían copados por referencias al temporal que azotaba el país, especialmente en las zonas costeras. Personas fallecidas o desaparecidas, cuantiosos daños materiales, muchas veces irremediables. Entrevistas a gente destrozada, que ha visto cómo el azote de los elementos se había llevado por delante sus casas, sus posesiones, o mucho peor, a sus seres queridos. Lágrimas amargas que se camuflaban en las caras empapadas por la lluvia y los cabellos revueltos por el viento. Todo aquello contrastaba con la seguridad de la casa de su familia, donde salvo por el viento y la lluvia, no había que lamentar demasiado la furia meteorológica.

Como tantas veces antes, como tantas que vendrían después, todo lo que ocurría en el mundo se le antojaba un reflejo de lo que acontecía en su micromundo. Un temporal de malas noticias y tristeza que contrastaba con la relativa calma que le rodeaba en su soledad. Y sin embargo, no se sentía seguro. No quería estar en su casa mirando por la ventana, con los pies calientes cerca del radiador. El saber que la persona más importante para él estaba capeando el temporal en soledad, le hacía sentirse mierda por dentro. Pero no se puede luchar contra los elementos cuando los elementos no quieren verte. Así que se resignó y siguió escuchando música.

Como tantas veces antes, como tantas que vendrían después, una canción en concreto consiguió reflejar cómo se sentía y lo que quería transmitir, así que se puso manos a la obra para elaborar un pequeño mensaje que pudiese no consolar, sino dar un rayo de esperanza y cariño a alguien que estaba lejos, muy lejos en ese momento.


When there's nothing left, but tears and emptiness,
And the way you feel has never been so cold.
You will find a way to fight another day,
And though you know the weather will be fine.


















Como tantas veces antes, como tantas que vendrían después, sabía que no podía hacer nada. Y eso le mataba por dentro.

sábado, 24 de agosto de 2013

360 (con retraso)

Hacía calor aquella noche de Agosto. Tanto calor que había tenido que abandonar su dormitorio, en el que las paredes recalentadas por el sol durante todo el día convertían el ambiente en algo parecido a un horno. Pese a que el sol no bañaba los muros desde hacía horas, la fachada de la casa aún conservaba el calor. De modo que se levantó, y encaminó sus pasos descalzos hacia el jardín, huyendo de las luces de las farolas que le impedían ver el cielo estrellado.

Al llegar a la parte de atrás de la casa, se sentó en el borde de la piscina, metió los pies dentro y levantó la vista al cielo. Le gustaba mucho mirar a las estrellas por la noche. Sin duda alguna, era su parte favorita del verano. Ni el calor, ni la playa, ni la gente ligera de ropa; nada le reportaba mayor satisfacción que poder pasar unos minutos cada día contemplando las estrellas en el cielo, a la espera de que alguna estrella fugaz cortase con su resplandor el negro tapiz que se extendía, infinito, ante sus ojos. Aquella pasión por la noche le hizo recordar el año anterior: por su pasión en el estudio de las constelaciones (a nivel de aficionado por supuesto) le habían pedido dar una pequeña charla en una acampada, y recordaba bien la fecha porque había sido la última luna nueva de Agosto del verano de 2012. Aquello había ocurrido exactamente 360 días antes. Y lo recordaba también porque aquella noche cruzó por el cielo la mayor estrella fugaz que podía recordar. Tanto era así, que pese a ser poco dado a las supersticiones, pidió un deseo a aquella estrella. 

Había pedido el deseo porque era plenamente consciente de que su crisálida se había roto ya, y que aquél paréntesis que se había tomado en su vida había llegado a su fin. Estaba preparado para cambiar de rumbo. Para cambiar 180 grados, no 360 como dice erróneamente mucha gente. Al fin y al cabo, un giro de 360 grados te deja exactamente en el mismo sitio, incluso algo mareado si el giro ha sido demasiado rápido. Lo más curioso era que aquella estrella le había concedido su deseo. Su cambio de rumbo, su giro de 180 grados, había ocurrido gracias a una persona de cabello negro como la noche y sonrisa deslumbrante como la luna. Entonces, de repente, como una estrella fugaz acelerando por el firmamento, un pensamiento atravesó raudo su mente, y dibujó una media sonrisa en su cara.

Al fin y al cabo, para tener 180, solo hay que dividir 360 entre 2. 

martes, 23 de julio de 2013

Migrañas (2)

Hacía tanto desde la última migraña, que en el fondo se sentía afotunado de haber pasado tanto tiempo sin sufrir una. Su persiana estaba bajada casi por completo, dejando pasar unos pocos rayos de sol. Los suficientes para iluminar los papeles de los que, poco a poco y con calma, tenía que ir extrayendo información. Su puerta, cerrada a cal y canto, y para evitar el pitido irritante del silencio, música instrumental al nivel mínimo que permitía el reproductor. Sus ojos, convertidos en dos puñaladas que apenas se adivinaban tras el reflejo de los cristales de las gafas. La peor parte había pasado; el dolor intenso e incapacitante que le había tenido en la cama las últimas horas se había marchado al fin, y eso le aliviaba.

Sin embargo, quedaba la última parte del proceso. Menos dolorosa, sí, pero no menos incapacitante. Tras el dolor llegaban días de malestar, oscuridad y debilidad. Días en los que no conseguía juntar fuerzas para casi nada, y si lo hacía era peor, pues un dolor punzante se clavaba en su cabeza durante unos segundos, nublándole la vista. Ni siquiera podía consolarse mirando por la ventana, pues el veraniego paisaje le resultaba molesto por culpa de la luz. Así que se resignó a seguir con la persiana bajada esperando a que llegara la noche.

Pero, ¿y si la noche no llegaba? Al fin y al cabo, llevaba tanto tiempo sin verla, sin mirarla a los ojos fijamente, que tal vez se hubiera olvidado de él. Llevaba tanto tiempo sin sentir la oscuridad bailar a su alrededor, que tal vez la noche ya no quisiera jugar con él. Y la espera le hacía sentir intranquilo, vulnerable.

Por suerte, no pudo pensar mucho. Todos aquellos pensamientos se vieron interrumpidos por una punzada de dolor cuando sonó el teléfono y el mundo volvió a convertirse en una amalgama de luces, dolor y maldiciones masculladas entre dientes. Volvió a su realidad diurna, en la que comenzaba a sonar una de sus piezas favoritas


Después de todo, la vida es un carrusel. Unas veces se está arriba y otras, abajo. Pero lo importante no es eso, sino quién te sujeta la mano desde el caballo de al lado.

domingo, 7 de abril de 2013

No debería

-Tal vez un poquito, así...

       Sus dedos pulgar e índice se juntaron hasta dejar un milímetro de separación entre las yemas de ambos. Miró con media sonrisa hacia aquellos ojos oscuros que, pese a la poca luz de aquel callejón, brillaban con luz propia reflejando los escasos fotones que iluminaban la zona.

-Pues no deberías...

         Automáticamente, el tiempo para él se paralizó como ocurría en ocasiones, y mientras su mirada se quedaba fija un par de segundos reales, en su cabeza comenzaron a sucederse pensamientos a velocidades vertiginosas, pujando por llegar a su boca pero quedando atrapados en un mar de palabras abigarradas y sin mucho sentido. Incapaz de darles salida de una manera ordenada y apropiada, se concentró en atrapar el momento, en hacer una isntantánea de sus pensamientos para posteriormente ordenarlos con claridad y poder expresarlos de manera adecuada.

        No fue demasiado difícil. En cuanto llegó a casa, las teclas reclamaban que las acariciara como sólo algunas noches le llamaban. Con la sensación urente en el alma de poder dar vida a todo lo que era incapaz de decir en un día normal como consecuencia de su limitada habilidad fonatoria. Sabía que era tarde, pero que no podría dormirse hasta que todo aquello saliese de su interior. Así que se sirvió un Whisky imaginario y encendió un puro ficticio, de esos que no dan cáncer pero mentalmente le ayudaban a convertirse en su alter ego, un escritor bohemio de palo. Era plenamente consciente de ser el equivalente literario a la gente que se cree artista o profesional de la cámara por hacer fotos de comida y aplicarles un filtro de instagram.  No debería forjarse identidades ficticias para escribir, pero lo hacía.

       Se  puso a repasar mentalmente aquellas dos palabras. No deberías. Resonaban en su cabeza no como algo malo, sino como un mantra repetido hasta la saciedad en alguna ceremonia de busca del auténtico yo. Como una pieza clave hacia la introspección que tanto predicaba e intentaba practicar. Había tantas cosas que no debería haber hecho en su vida... Era incapaz de mirar atrás y no encontrar cientos de cosas que no deberían estar ahí: amanecer en un parque sin saber muy bien donde estaba. Comerse un chuletón que llevaba demasiadas horas al aire libre. Correr por el campo sin más abrigo que la luz de la luna. Junto a ellas, otras cosas que se arrepentía de no haber hecho. No haber estudiado un poco más. No haber pasado todo el tiempo que podía con la gente que le importaba. No haber sido un poco más espabilado en sus años más tiernos. 

        No quería hacer una lista pública de los errores que había cometido en su vida, puesto que no se trataba de eso. No pretendía hacer sentir mal a nadie. Él no se sentía mal, todo lo contrario. Sólo quería hacer una cosa: quería decirle a aquellos ojos oscuros casi negros una cosa. Una que él sabía perfectamente que no debería hacer.

        Pero al fin y al cabo, él era una persona rara. Nunca había sido capaz de someterse al dictado de lo que debería o no debería hacer. Y se sentía orgulloso de ello, porque tal vez su vida no fuese modélica en cuanto al momento en el que estaba cumpliendo sus objetivos, pero era modélica en experiencias. Y aquella experiencia estaba resultando tan especial, tan única y tan irrepetible que quería vivirla a todo corazón. No se planteaba futuro, no se planteaba nada.

        Los planteamientos sobran cuando la felicidad está al alcance de tus manos. En esos momentos, lo único que importa es agarrarla fuerte,  ser consciente de que uno nunca sabe el tiempo que le queda en este escenario, y que lo mejor es regalar su mejor versión a esa persona increíble para que quiera compartir el máximo de ese tiempo contigo.  No porque quieras atarla a tí, sino porque no hay mayor felicidad que ver que alguien a quien consideras maravilloso quiere compartir sus segundos con un escritor de palo.


       El reloj decía lo tarde que era. Habían pasado varias horas, pero en su cabeza seguía en aquél callejón, juntando los dedos pulgar e índice hasta dejar un milímetro de separación entre ambos. No obstante, la separación era, tal vez, un poco más grande que antes, y un poco menos que después.

domingo, 10 de marzo de 2013

Miradas


Recordaba perfectamente aquella noche. Los nervios de los días previos, la fatiga de los ensayos, el temblor en sus piernas cuando, por primera vez en su vida, iba a presentar algo suyo al público. Claramente no era algo puramente suyo, sino canciones famosas que iban a tocar y cantar, pero le daba lo mismo. Era joven y estaba nervioso. Tanto que había  insistido hasta el hartazgo en que las luces estuvieran lo más tenues posible cuando diese el paso al frente y comenzase a prepararse para cantar aquella canción. Sabía que era fácil de tocar, y que la voz tenía dos momentos críticos: el comienzo, cuando tenía que poner la voz lo más grave y suave posible sin que le saliese demasiado inaudible, y el final en el que tenía que aguantar un par de notas altas. En los últimos ensayos había ido bien, pero sentía cada milímetro de su cuerpo temblando como si estuviese parado encima de una atracción de feria, o de una de estas máquinas de fitness que te tonifica las nalgas por medio de extrañas vibraciones. Pero ya no había vuelta atrás; la gente estaba en silencio, esperando a que tocase el arpegio de entrada y comenzase la canción. Cuando comenzó a puntear las cuerdas, escuchó algunos "ooooh" que provenían del público. Recordaba todo aquello igual que recordaba que los nervios se esfumaron en el momento que la guitarra empezó a sonar. Pero había cosas que no recordaba.

No recordaba cómo la canción había terminado. No recordaba si había cometido algún error, o si alguien del grupo había tocado el acorde que no era. No recordaba que, probablemente, alguno de aquellos "ooooh" venía de una voz ahora muy familiar. No recordaba, porque no los había visto, un par de ojos oscuros mirándole y escuchándole durante los 3 minutos que duró la canción. No recordaba aquella mirada que, sin embargo, ahora era incapaz de olvidar.

Es curioso cómo, las cosas que uno no puede recordar, son las que más importantes se vuelven con los años.