martes, 26 de julio de 2011

Zanahorias

Estaba harto de los libros. Ya era tarde y en la calle se escuchaba el silencio. Cansado de intentar memorizar cosas, se levantó y abrió la ventana. No era la noche más calurosa del verano y eso se agradecía. A oscuras, la única luz que entraba en su dormitorio era la que proyectaba la farola a pocos metros. Cogió el cenicero y su reproductor de música, y puso la reproducción en modo aleatorio. Mientras encendía un cigarro, comenzó a sonar una canción que tenía olvidada.



Y mientras iba recordando la canción, se iba acordando de otras cosas que, por más que lo intentara, no era capaz de olvidar. No era capaz de olvidar la espera apoyado en un árbol de la calle, nervioso. No era capaz de olvidar los constantes repasos a su ropa para asegurarse de que todo estaba bien. No podía olvidar el gusanillo que le bailó por dentro al ver que alguien subía por la escalera.

Pero sobre todo, y por más que lo intentaba, no era capaz de olvidar que, si entras en una tienda de frutas y verduras, y tocas un par de zanahorias, te tienes que llevar el manojo entero, por muchas que sean.

Y cuando terminó la canción, aún le quedaba medio cigarrillo, y muchas cosas rondándole por la cabeza. El humo se perfilaba nacarado en la oscuridad de la noche por el reflejo de las luces, acompañado del sonido de una exhalación.

Tal vez realmente, 6 pies no sean tanta profundidad.

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