domingo, 31 de julio de 2011

Tower

Era media tarde cuando por fin abrió los ojos. Estaba cansada después de otra noche en vela, otra noche en la que no había conseguido cerrar los ojos hasta que fue casi de día. Se levantó del sofá y apagó la televisión. El calor hizo que fuese a la cocina en busca de algo que la refrescase y aliviase esa sensación de ahogo. Al final, y tras no encontrar nada, decidió encenderse un cigarrillo.

De camino al sofá, hizo un alto para asomarse a la ventana. Desde arriba, las personas parecían algo más pequeñas. No era un piso demasiado alto, pero sí lo suficiente como para sentirse en una torre de vigía cada vez que se asomaba. Los ruidos de la calle llegaban distorsionados y atenuados, y las voces se entremezclaban haciendo imposible distinguir lo que decían. De pronto se sintió como llevaba sintiéndose desde que era capaz de recordar; como una desconocida en su propia casa. Echando de menos no sabía muy bien qué, porque el remolino de emociones y voces de su interior no le dejaba tenerlo muy claro. Pese al calor sofocante, ella sentía frío cada vez que se sentaba en silencio en su cama y no encontraba lo que buscaba a su lado. Así que se colocó los auriculares, y escuchó su canción favorita.



A escasos centímetros de su mano, veía el móvil con el que podría romper esa jaula de cristal que ella misma se estaba construyendo. Lo cogió, lo miró... y lo volvió a dejar en la mesa.

Tal vez el hielo estuviese más clavado en su interior de lo que jamás habría pensado.

martes, 26 de julio de 2011

Zanahorias

Estaba harto de los libros. Ya era tarde y en la calle se escuchaba el silencio. Cansado de intentar memorizar cosas, se levantó y abrió la ventana. No era la noche más calurosa del verano y eso se agradecía. A oscuras, la única luz que entraba en su dormitorio era la que proyectaba la farola a pocos metros. Cogió el cenicero y su reproductor de música, y puso la reproducción en modo aleatorio. Mientras encendía un cigarro, comenzó a sonar una canción que tenía olvidada.



Y mientras iba recordando la canción, se iba acordando de otras cosas que, por más que lo intentara, no era capaz de olvidar. No era capaz de olvidar la espera apoyado en un árbol de la calle, nervioso. No era capaz de olvidar los constantes repasos a su ropa para asegurarse de que todo estaba bien. No podía olvidar el gusanillo que le bailó por dentro al ver que alguien subía por la escalera.

Pero sobre todo, y por más que lo intentaba, no era capaz de olvidar que, si entras en una tienda de frutas y verduras, y tocas un par de zanahorias, te tienes que llevar el manojo entero, por muchas que sean.

Y cuando terminó la canción, aún le quedaba medio cigarrillo, y muchas cosas rondándole por la cabeza. El humo se perfilaba nacarado en la oscuridad de la noche por el reflejo de las luces, acompañado del sonido de una exhalación.

Tal vez realmente, 6 pies no sean tanta profundidad.

sábado, 23 de julio de 2011

Howling to the moonlight on a hot summer night

Mientras el humo difuminaba el perfil de la luna, él ajustó el volumen de los auriculares. Tras un rato conduciendo había llegado a una zona elevada desde la que se veía toda la ciudad iluminada. Llevaba un rato sentado en el capó, casi tumbado, con los brazos apoyados en las rodillas y llenándose los pulmones de nicotina.

Y de repente, un gato pasó por delante. Le hizo recordar otro gato que conoció, que no tenía los ojos de distinto color pese a su nombre, y le hizo reflexionar sobre su propia existencia. Justo en ese momento, empezó a sonar esta canción:



"howling to the moonlight on a hot summer night"...

Le pareció tan adecuado que se encendió otro cigarrillo.

lunes, 18 de julio de 2011

Mañanas

Hacía ya bastante rato que el despertador había sonado por primera vez. Al entreabrir los ojos, miró la hora en el reloj y se maldijo silenciosamente por no haberse levantado de la cama a la hora que tenía prevista. Lentamente se incorporó, y miró por la ventana. El sol ya apretaba con fuerza en la típica mañana veraniega de Madrid. Las sombras de los otros edificios no servían de parapeto para su ventana, y un aire caliente y sofocante entraba en sus pulmones como chorros de fuego que le quemaban por dentro. Se acercó a la mesa y encendió un cigarrillo. "El primero de la mañana" pensó. "Este es el último paquete que me compro. Tengo que dejar de fumar ya".
Mientras daba vueltas a su falsa promesa de abandono del tabaco, cogió un cenicero y puso rumbo a la cocina. Café frío del día anterior, que se hacía menos insoportable con un golpe de microondas y un poco de azúcar. Tres o cuatro galletas de un mueble desvencijado, un zumo de naranja de bote, pero con un porcentaje aceptable de auténtico zumo exprimido, una bandeja y a la mesa. Pequeña pero suficiente para los solitarios desayunos de la capital. Y al fondo, al lado de la nevera,una pequeña televisión con un receptor TDT encima. Tras cinco segundos de duda, se decidió a encenderla. Al ver la bazofia televisiva matutina, optó por algo sencillo: dejar un canal de música para, al menos, entretener al oído mientras desayunaba.

Llevaba dos minutos dando vueltas al café mientras apuraba el cigarrillo, cuando de repente reconoció una melodía en el videoclip que empezaba. Recordó la última vez que había escuchado esa canción, meses atrás, y dejó de darle vueltas al café. Miró su teléfono, pero sabía que no habría mensajes nuevos, ni viejos, puesto que tiempo atrás había decidido dejar atrás todo lo relacionado con esa canción. Abrió la lista de contactos. Puso el dedo sobre la conversación cerrada ya por semanas, y dudó. Dudó porque no quería volver al inicio, a la duda, a la incertidumbre, a la culpabilidad y la aceptación del daño infringido. Dudó porque había llegado a apreciar la vida de gato callejero, caprichoso, libre y solitario que estaba manteniendo. Dudó porque, desde que encerró sus sentimientos bajo llave en lo más profundo de su corazón, al menos pasaba los días tranquilo, pese a que por las noches seguía soñando con la misma canción. Dudó durante todo el rato que duró la canción en el televisor.

Terminó la canción, y con ella terminaron las dudas. Bloqueó el teléfono y terminó de desayunar. Aún tenía unos días de vacaciones, y esa noche iba a dar un largo paseo a la luz de la luna.

Se tragó sus sentimientos una vez más, y por si acaso, metió la caja en la que los tenía guardados en un cubo de hormigón. Caminó tres pasos por la cubierta de sus emociones, y los tiró... por la borda

lunes, 11 de julio de 2011

"Si tu magia ya no me hace efecto...

...¿cómo voy a continuar?"


Porque, a veces, el hechizo de una mirada se desvanece tan rápido como llegó. Y en esos momentos, el viento sopla arrastrándonos a lugares desconocidos y remotos. No hay nada como dejarse llevar.



Aunque en ocasiones, dejarse llevar nos devuelva al principio de todo.

viernes, 8 de julio de 2011

La parábola del tonto

Dedicada a todos los que alguna vez se han sentido tontos.


Antes que te vayas vas a contemplar,
he hecho algunos cambios, te sorprenderán.
Ya no hay confusión
ya que el rencor duerme ahora en un desván.
Dime ...

Lo has visto, no hay nada de lo que tanto odiabas,
lo he cambiado todo de lugar.
Espera, aguarda, nunca valoras nada,
tus mudanzas aún no pueden empezar.

He tirado bolsas llenas de ansiedad
y aquellos defectos que uno guarda por guardar.
Ya no sé quien soy,
tan sólo sé que hay más luz de lo habitual.
Mira ...

No lo hagas, no lo hagas, por qué me das la espalda,
lo he cambiado todo de lugar.
Mil gracias, de nada,
fue mi última bobada de adolescente, tú ahora buscas novedad.

jueves, 7 de julio de 2011

Catalejos.

Cuenta una historia antigua que había un sabio un tanto bohemio y solitario, que pasaba el tiempo teorizando acerca de las estrellas, mientras las observaba desde la distancia utilizando su viejo catalejo. No era especialmente feliz, pero tampoco desgraciado. Simplemente tenía una perpetua media sonrisa en la cara, y solo mudaba el gesto cuando se quedaba a solas, y convertía su faz en un lienzo en blanco, reflejo de sus cavilaciones internas sobre los astros.

Cuenta otra historia que, cierta estrella muy brillante, se sentía cansada de brillar en un cielo nocturno infinito, hermoso pero superficial, en el que cada estrella estaba realmente a millones de metros de distancia. Un cielo en el que, por mucho que brillase, su luz sólo se percibiría como un punto más, sin nadie realmente cercano que mereciese bañarse en esa luz y ese calor.

Dicen los que vivían entonces que un día, de una manera azarosa, casi milagrosa por lo infinitesimal de su probabilística, el sabio y la estrella cruzaron sus miradas. Reconocieron en el alma del otro algo que habían estado buscando por mucho tiempo sin saberlo, y comenzaron a hablar. Se cuenta que pasó el tiempo, los años, y un día, la estrella cayó del cielo porque no quería sentirse solitaria en medio de aquel cielo infinito. El sabio, extrañado de no verla brillando como cada noche, se puso a buscarla por todas partes. Conoció mundo, vivió muchas experiencias, amó, odió, hizo amigos y enemigos. Pero sobre todo, aprendió. Se hizo mayor pero no demasiado, y cuando había empezado a perder la esperanza de encontrar a su estrella, encontró lo que había estado buscando todo ese tiempo.

Los cronistas no se ponen de acuerdo sobre qué pasó después, pero casi todos coinciden en dos cosas: una, que el resto de estrellas dejaron de brillar para el sabio, y que todo lo que había aprendido buscando su estrella le ayudaron a hacerla feliz. Otra, que la felicidad que aquel soñador bohemio había estado buscando en las estrellas, no se encontraba en el brillo de un astro a millones de kilómetros de distancia, sino en una respiración calmada y una cabeza apoyada en su pecho mientras, alrededor, el mundo giraba sin que a ellos les importase.