sábado, 24 de agosto de 2013

360 (con retraso)

Hacía calor aquella noche de Agosto. Tanto calor que había tenido que abandonar su dormitorio, en el que las paredes recalentadas por el sol durante todo el día convertían el ambiente en algo parecido a un horno. Pese a que el sol no bañaba los muros desde hacía horas, la fachada de la casa aún conservaba el calor. De modo que se levantó, y encaminó sus pasos descalzos hacia el jardín, huyendo de las luces de las farolas que le impedían ver el cielo estrellado.

Al llegar a la parte de atrás de la casa, se sentó en el borde de la piscina, metió los pies dentro y levantó la vista al cielo. Le gustaba mucho mirar a las estrellas por la noche. Sin duda alguna, era su parte favorita del verano. Ni el calor, ni la playa, ni la gente ligera de ropa; nada le reportaba mayor satisfacción que poder pasar unos minutos cada día contemplando las estrellas en el cielo, a la espera de que alguna estrella fugaz cortase con su resplandor el negro tapiz que se extendía, infinito, ante sus ojos. Aquella pasión por la noche le hizo recordar el año anterior: por su pasión en el estudio de las constelaciones (a nivel de aficionado por supuesto) le habían pedido dar una pequeña charla en una acampada, y recordaba bien la fecha porque había sido la última luna nueva de Agosto del verano de 2012. Aquello había ocurrido exactamente 360 días antes. Y lo recordaba también porque aquella noche cruzó por el cielo la mayor estrella fugaz que podía recordar. Tanto era así, que pese a ser poco dado a las supersticiones, pidió un deseo a aquella estrella. 

Había pedido el deseo porque era plenamente consciente de que su crisálida se había roto ya, y que aquél paréntesis que se había tomado en su vida había llegado a su fin. Estaba preparado para cambiar de rumbo. Para cambiar 180 grados, no 360 como dice erróneamente mucha gente. Al fin y al cabo, un giro de 360 grados te deja exactamente en el mismo sitio, incluso algo mareado si el giro ha sido demasiado rápido. Lo más curioso era que aquella estrella le había concedido su deseo. Su cambio de rumbo, su giro de 180 grados, había ocurrido gracias a una persona de cabello negro como la noche y sonrisa deslumbrante como la luna. Entonces, de repente, como una estrella fugaz acelerando por el firmamento, un pensamiento atravesó raudo su mente, y dibujó una media sonrisa en su cara.

Al fin y al cabo, para tener 180, solo hay que dividir 360 entre 2. 

martes, 23 de julio de 2013

Migrañas (2)

Hacía tanto desde la última migraña, que en el fondo se sentía afotunado de haber pasado tanto tiempo sin sufrir una. Su persiana estaba bajada casi por completo, dejando pasar unos pocos rayos de sol. Los suficientes para iluminar los papeles de los que, poco a poco y con calma, tenía que ir extrayendo información. Su puerta, cerrada a cal y canto, y para evitar el pitido irritante del silencio, música instrumental al nivel mínimo que permitía el reproductor. Sus ojos, convertidos en dos puñaladas que apenas se adivinaban tras el reflejo de los cristales de las gafas. La peor parte había pasado; el dolor intenso e incapacitante que le había tenido en la cama las últimas horas se había marchado al fin, y eso le aliviaba.

Sin embargo, quedaba la última parte del proceso. Menos dolorosa, sí, pero no menos incapacitante. Tras el dolor llegaban días de malestar, oscuridad y debilidad. Días en los que no conseguía juntar fuerzas para casi nada, y si lo hacía era peor, pues un dolor punzante se clavaba en su cabeza durante unos segundos, nublándole la vista. Ni siquiera podía consolarse mirando por la ventana, pues el veraniego paisaje le resultaba molesto por culpa de la luz. Así que se resignó a seguir con la persiana bajada esperando a que llegara la noche.

Pero, ¿y si la noche no llegaba? Al fin y al cabo, llevaba tanto tiempo sin verla, sin mirarla a los ojos fijamente, que tal vez se hubiera olvidado de él. Llevaba tanto tiempo sin sentir la oscuridad bailar a su alrededor, que tal vez la noche ya no quisiera jugar con él. Y la espera le hacía sentir intranquilo, vulnerable.

Por suerte, no pudo pensar mucho. Todos aquellos pensamientos se vieron interrumpidos por una punzada de dolor cuando sonó el teléfono y el mundo volvió a convertirse en una amalgama de luces, dolor y maldiciones masculladas entre dientes. Volvió a su realidad diurna, en la que comenzaba a sonar una de sus piezas favoritas


Después de todo, la vida es un carrusel. Unas veces se está arriba y otras, abajo. Pero lo importante no es eso, sino quién te sujeta la mano desde el caballo de al lado.

domingo, 7 de abril de 2013

No debería

-Tal vez un poquito, así...

       Sus dedos pulgar e índice se juntaron hasta dejar un milímetro de separación entre las yemas de ambos. Miró con media sonrisa hacia aquellos ojos oscuros que, pese a la poca luz de aquel callejón, brillaban con luz propia reflejando los escasos fotones que iluminaban la zona.

-Pues no deberías...

         Automáticamente, el tiempo para él se paralizó como ocurría en ocasiones, y mientras su mirada se quedaba fija un par de segundos reales, en su cabeza comenzaron a sucederse pensamientos a velocidades vertiginosas, pujando por llegar a su boca pero quedando atrapados en un mar de palabras abigarradas y sin mucho sentido. Incapaz de darles salida de una manera ordenada y apropiada, se concentró en atrapar el momento, en hacer una isntantánea de sus pensamientos para posteriormente ordenarlos con claridad y poder expresarlos de manera adecuada.

        No fue demasiado difícil. En cuanto llegó a casa, las teclas reclamaban que las acariciara como sólo algunas noches le llamaban. Con la sensación urente en el alma de poder dar vida a todo lo que era incapaz de decir en un día normal como consecuencia de su limitada habilidad fonatoria. Sabía que era tarde, pero que no podría dormirse hasta que todo aquello saliese de su interior. Así que se sirvió un Whisky imaginario y encendió un puro ficticio, de esos que no dan cáncer pero mentalmente le ayudaban a convertirse en su alter ego, un escritor bohemio de palo. Era plenamente consciente de ser el equivalente literario a la gente que se cree artista o profesional de la cámara por hacer fotos de comida y aplicarles un filtro de instagram.  No debería forjarse identidades ficticias para escribir, pero lo hacía.

       Se  puso a repasar mentalmente aquellas dos palabras. No deberías. Resonaban en su cabeza no como algo malo, sino como un mantra repetido hasta la saciedad en alguna ceremonia de busca del auténtico yo. Como una pieza clave hacia la introspección que tanto predicaba e intentaba practicar. Había tantas cosas que no debería haber hecho en su vida... Era incapaz de mirar atrás y no encontrar cientos de cosas que no deberían estar ahí: amanecer en un parque sin saber muy bien donde estaba. Comerse un chuletón que llevaba demasiadas horas al aire libre. Correr por el campo sin más abrigo que la luz de la luna. Junto a ellas, otras cosas que se arrepentía de no haber hecho. No haber estudiado un poco más. No haber pasado todo el tiempo que podía con la gente que le importaba. No haber sido un poco más espabilado en sus años más tiernos. 

        No quería hacer una lista pública de los errores que había cometido en su vida, puesto que no se trataba de eso. No pretendía hacer sentir mal a nadie. Él no se sentía mal, todo lo contrario. Sólo quería hacer una cosa: quería decirle a aquellos ojos oscuros casi negros una cosa. Una que él sabía perfectamente que no debería hacer.

        Pero al fin y al cabo, él era una persona rara. Nunca había sido capaz de someterse al dictado de lo que debería o no debería hacer. Y se sentía orgulloso de ello, porque tal vez su vida no fuese modélica en cuanto al momento en el que estaba cumpliendo sus objetivos, pero era modélica en experiencias. Y aquella experiencia estaba resultando tan especial, tan única y tan irrepetible que quería vivirla a todo corazón. No se planteaba futuro, no se planteaba nada.

        Los planteamientos sobran cuando la felicidad está al alcance de tus manos. En esos momentos, lo único que importa es agarrarla fuerte,  ser consciente de que uno nunca sabe el tiempo que le queda en este escenario, y que lo mejor es regalar su mejor versión a esa persona increíble para que quiera compartir el máximo de ese tiempo contigo.  No porque quieras atarla a tí, sino porque no hay mayor felicidad que ver que alguien a quien consideras maravilloso quiere compartir sus segundos con un escritor de palo.


       El reloj decía lo tarde que era. Habían pasado varias horas, pero en su cabeza seguía en aquél callejón, juntando los dedos pulgar e índice hasta dejar un milímetro de separación entre ambos. No obstante, la separación era, tal vez, un poco más grande que antes, y un poco menos que después.

domingo, 10 de marzo de 2013

Miradas


Recordaba perfectamente aquella noche. Los nervios de los días previos, la fatiga de los ensayos, el temblor en sus piernas cuando, por primera vez en su vida, iba a presentar algo suyo al público. Claramente no era algo puramente suyo, sino canciones famosas que iban a tocar y cantar, pero le daba lo mismo. Era joven y estaba nervioso. Tanto que había  insistido hasta el hartazgo en que las luces estuvieran lo más tenues posible cuando diese el paso al frente y comenzase a prepararse para cantar aquella canción. Sabía que era fácil de tocar, y que la voz tenía dos momentos críticos: el comienzo, cuando tenía que poner la voz lo más grave y suave posible sin que le saliese demasiado inaudible, y el final en el que tenía que aguantar un par de notas altas. En los últimos ensayos había ido bien, pero sentía cada milímetro de su cuerpo temblando como si estuviese parado encima de una atracción de feria, o de una de estas máquinas de fitness que te tonifica las nalgas por medio de extrañas vibraciones. Pero ya no había vuelta atrás; la gente estaba en silencio, esperando a que tocase el arpegio de entrada y comenzase la canción. Cuando comenzó a puntear las cuerdas, escuchó algunos "ooooh" que provenían del público. Recordaba todo aquello igual que recordaba que los nervios se esfumaron en el momento que la guitarra empezó a sonar. Pero había cosas que no recordaba.

No recordaba cómo la canción había terminado. No recordaba si había cometido algún error, o si alguien del grupo había tocado el acorde que no era. No recordaba que, probablemente, alguno de aquellos "ooooh" venía de una voz ahora muy familiar. No recordaba, porque no los había visto, un par de ojos oscuros mirándole y escuchándole durante los 3 minutos que duró la canción. No recordaba aquella mirada que, sin embargo, ahora era incapaz de olvidar.

Es curioso cómo, las cosas que uno no puede recordar, son las que más importantes se vuelven con los años.


viernes, 8 de febrero de 2013

Trenes

El viento soplaba con fuerza tras las ventanas. Las ramas de los árboles crujían y las pequeñas y caprichosas aberturas hacían que pareciese que alguien silbaba en la calle. Todos aquellos sonidos eran bastante inquietantes, pero ellos no escuchaban nada. No escuchaban nada porque ni un cataclismo de proporciones épicas podía hacer que se centraran en otra cosa que no fueran el uno en el otro.

La habitación estaba revuelta desde hacía horas. Dos pares de ojos oscuros se miraban fijamente entre respiraciones entrecortadas por momentos. Por sus mentes pasaban arremolinadas y entremezcladas imágenes, sonidos, sensaciones... un todo de evocaciones de los momentos que llevaban compartiendo desde no sabían cuánto. Pero sus mentes no estaban centradas en lo general, sino en los detalles que hacían de todo aquello algo único, especial. Aquella minúscula gota de sudor que se deslizó por su cuello mientras todos los músculos de su cuerpo se tensaban. El primer instante en el que ella abrió los ojos tras minutos con ellos cerrados. Todo lo que se susurraban el uno al otro...

Pero en aquel momento se estaban comunicando sin palabras. Sabían solamente con mirarse a los ojos que aquéllo no había hecho más que empezar, y que la noche aún era joven. Cada uno reposando sobre un costado, cara a cara, con el pelo más revuelto de lo que a ambos le gustaría. Sus manos se soltaron un momento mientras él comenzaba a dibujar con un dedo todas las curvas del cuerpo de ella. Su mirada oscura y profunda era ahora inquisitiva, una mezcla entre curiosa y divertida, dependiendo de qué zona de su cuerpo estuviese siendo recorrida en ese momento. Mientras, él intentaba utilizar el tacto además de la vista para memorizar todo aquello. Continuó su recorrido hasta que llegó a su cara, y la caricia en aquél momento se convirtió en algo más. Mientras la palma de su mano se posaba en la cara de ella con los dedos algo enredados en su melena, su pulgar comenzó a perfilar sus labios, muy muy lentamente. Tan lentamente que parecía que no se estuviera moviendo.

Pero se movía, y mientras lo hacía, él se acercó y besó suavemente su cuello y el ángulo de su mandíbula. Casi a cámara lenta, fue ascendiendo hasta contactar con sus labios. Notó que ella comenzaba a acelerar la respiración y todo en aquella habitación quedó en un segundo plano. Todo salvo cada centímetro cuadrado de piel en contacto.

Le daba igual lo que pasara al día siguiente. Le importaba una mierda el resto del mundo. En aquel momento nada le importaba más que poder derretirse otra vez con ella.

Porque, al fin y al cabo, hay trenes que sólo pasan una vez...

sábado, 26 de enero de 2013

Canciones


Se despertó completamente a oscuras. No era capaz de decir cuánto tiempo había dormido, pero desde luego había dormido el tiempo necesario para recuperar las energías gastadas a lo largo de la semana. Como cada mañana, lo primero que hizo fue sintonizar su emisora favorita y subir el volumen. Subió las persianas y abrió las ventanas para que entrase el aire templado del soleado sábado. El aire acarició de golpe su pelo, sacudiendo un poco los rizos enredados por la almohada. Cerró los ojos e inspiró fuerte, llenando sus pulmones hasta que sintió que iban a estallar. El aroma de las encinas y el campo le ayudó a despertarse del todo.

Estaba recogiendo su habitación cuando comenzó a sonar cierta canción en la radio. Automáticamente recordó aquél primer viaje en coche, aquellas primeras conversaciones sobre música y canciones favoritas. Recordó que el título de aquella canción en concreto había sido mencionado. Aquello había provocado que, desde entonces, escuchase aquella canción con una actitud diferente. Cada vez que la escuchaba en la radio, aprendía alguna anécdota curiosa sobre ella. Acerca de su composición, de curiosas similitudes entre personajes del video y un cantante actual, sobre el famoso cantante camuflado en la intro de la canción, sobre cómo el estudio en el que se grabó aquella canción había sido destrozado por un huracán, o un tifón, o algún tipo de tormenta que no recordaba... Un sinfín de cosas que habían hecho que su respeto inicial por la canción se hubiese convertido en algo más. Aquella canción formaba ya parte de su vida, lo quisiera o no, y cada vez que la escuchaba no lo hacía como con cualquier canción. Lo que él veía en aquella composición trascendía lo que los meros sentidos percibían; Era un todo de anécdotas, curiosidades y maestría musical. Se había convertido en una pieza sublime.

Toda aquella reflexión era perfectamente aplicable a cierta persona. Aquel primer viaje en coche había sido el primero de otros muchos. Aquellas primeras conversaciones dieron lugar a días y días de hablar sin parar, siempre aprendiendo algo nuevo y nunca aburriéndose. Aquella primera vez que sintió vértigo al mirar sus ojos marrones, aquel primer roce de sus manos... todo se iba entremezclando, complementando y evolucionando, dando lugar a algo inclasificable e indescriptible, que formaba parte de su vida y lo haría para siempre. Por eso, aunque sabía que pasaría unos días sin escuchar su canción favorita, se sintió tranquilo. Aprovecharía para reflexionar sobre la felicidad.

Porque, al fin y al cabo, la felicidad no tiene formas complejas e imposibles. La felicidad tenía la forma de un cabello negro como la noche y unos dedos helados entrelazados con los suyos.