lunes, 13 de junio de 2011

Calor

Hacía calor cuando él salió del trabajo. El verano no había empezado oficialmente, pero los días ya eran lo suficientemente largos y calurosos como para pasárselos pensando en piscinas heladas, cerveza fría, y terracitas al aire libre por la noche. Salía cansado del trabajo, si esque a eso se le podía llamar trabajo. Mover bultos de una estantería a otra durante 4 horas. Tampoco estaba tan mal. Había aire acondicionado, y la tarea mecánica le permitía pasarse las tardes pensando un poco y poniendo en orden su cabeza. Donde los demás veían rutina, él encontraba una oportunidad diaria para hacer introspección y ponerse en paz consigo mismo. Y encima cobraba por ello.

Hacía calor, y a esas horas de la tarde el asfalto quemaba, después de haberse pasado el día bronceándose al sol. Quemaba tanto que el aire del anochecer madrileño era tibio en comparación. El sol ya no daba de pleno, y apenas se intuía entre las paredes de algún edificio. Aún tenía por delante un paseo, así que se encendió un cigarrillo para aderezar sus pulmones con la caminata.

Hacía calor, y a lo lejos vió algo que le resultaba familiar. La altura, el corte de pelo, la manera de andar... siempre había presumido de ver bien de lejos, pero era demasiado lejos. Así que mientras se acercaba, trataba de enfocar. No por nada en especial, sino por asegurarse de lo que veía. Y mientras lo hacía, le venían a la cabeza recuerdos del ayer, historias no siempre felices que en su día le provocaban cierto tipo de sensaciones al recordarlas, pero que en esa tarde calurosa se habían evaporado como el humo del cigarrillo. Otra calada. Otro paso. Paso, paso, paso, calada. ¿Escaparate? Nah, demasiado caro. Paso, paso, paso... y por fin, imagen clara. Nítida y cristalina. La misma cara y los mismos ojos que se había pasado mirando noches enteras, añorando días enteros, e intentando olvidar días y noches. El cigarrillo se terminaba y los dedos empezaban a quemarse. Exhalando el humo, inmóvil, mirando al punto fijo que se mantenía de pie, a 15 metros, y que no le veía. Paso, paso, paso... y cruce de miradas. Silencio. Esos dos ojos almendrados le miraron con nerviosismo, a él y al chico que la llevaba agarrada por los hombros. La mirada bailaba inquieta, de uno a otro, no sabiendo muy bien qué hacer.

Hacía calor, y él sabía exactamente lo que hacer. Última calada. Colilla al suelo, sonrisa de medio lado y a seguir caminando. Caminar con una sonrisa en el asfalto hirviente de la ciudad, porque esos ojos ya no le despertaban nada.

Hacía calor, y él por dentro se sentía de hielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario