viernes, 26 de agosto de 2011

Darse cuenta

Le había costado tiempo, pero por fin, un día, la solución a sus preguntas apareció ante sus oídos.


A partir de aquel día, la vida se simplificó muchísimo.

lunes, 22 de agosto de 2011

Razones

Ella le preguntó por las razones que le habían llevado a tomar aquella decisión.

Él giró la cabeza hacia un lado, como si estuviese mirando algo lejano. Ese gesto tan suyo hizo que ella se enfadara aún más. Era como si quisiese decir muchas cosas y tuviese una boca demasiado pequeña para que salieran. Por eso, las preguntas se aglomeraban en su cabeza: ¿Ya no te gusto? ¿Acaso hay otra? ¿He hecho algo? Hubo un silencio incómodo en el que sólo se escucharon sus respiraciones. Cuando ella estaba a punto de explotar, él la miró y dijo

-El problema es que ya he pasado por estas situaciones antes. Y no quiero volver a pasar por lo mismo.

Se giró y comenzó a alejarse. Ella se quedó petrificada por un segundo, pero después comenzó a gritarle de todo mientras se alejaba. ¿Pero quién te crees que eres? ¿Acaso vas a dejarme aquí? Él se paró y dio la vuelta. Se acercó a ella y, agarrándole la cabeza de forma enérgica pero sin lastimarla, la besó. Durante unos segundos que parecieron años, ella simplemente se quedó sorprendida sin saber qué hacer. Después le empujó para alejarse. Miró sus ojos y vio una lágrima. Entonces él habló por última vez.

-Lo único que puedo hacer ahora es girarme y mirar hacia otro lado. Como dice la canción.

Y salió corriendo en dirección al metro. Ella le perdió de vista entre la gente y se quedó allí un buen rato. Pero cuando llegó a su casa, más confusa que nunca, entró a facebook para borrarle, al menos, hasta que se sintiese mejor y estuviese cómoda teniendo esa parte de su vida entre sus contactos de nuevo. En ese momento se fijó en la canción que él había puesto en su muro. Debía ser la canción a la que se refirió en aquella última frase, así que la escuchó en busca de respuestas.



Según la iba escuchando, un montón de imágenes pasaron por su cabeza. No tenía todas las respuestas, pero al menos, ya sabía lo que tenía que hacer.

Marcó su número en el teléfono y escuchó los tonos de llamada. Cuando hubo una respuesta al otro lado, ella dijo una sola frase:

-Cuéntame qué ocurrió antes de conocerme, por favor...


sábado, 20 de agosto de 2011

And left me here

Terminó la canción de Weezer y miró el reloj. Era pronto, y caminar hacia el metro por las mañanas rumbo al trabajo le permitía esos minutos musicales que tanto le reconfortaban. Encontraba en algunas canciones letras y ritmos que le hacían sentir bien. Y esa canción era una de ellas. No por nada en especial, pero esas melodías grises cuadraban perfectamente con el color que el cielo tenía justo antes de empezar el descenso por la boca de metro.



Y cuando parecía que iba a ser una larga historia, simplemente se subió al metro y vivió un día más como otro cualquiera. Porque a veces, el mundo simplemente se gira y te deja plantado en el lugar.

lunes, 15 de agosto de 2011

Nicotina.

Se despertó sudando, con la única sábana que había en su cama pegada al cuerpo. Era aún de noche y la temperatura había bajado un par de grados, aliviando el calor sofocante tan típico de la capital en Agosto. Sin embargo, había algo más pegado a su cuerpo: un brazo humano. Por un momento se asustó, pero se tranquilizó al ver que ese brazo seguía unido a su dueña. Vació sus pulmones lentamente y un dolor punzante en la cabeza le recordó que unas horas antes, había bebido demasiado. Lentamente empezó a recordar lo que había pasado esa misma noche, tratando de recordar cómo había conocido a la mujer que dormía a su lado.

Recordó que había ido a dar un paseo por la Gran Vía, y que como en muchas otras ocasiones, ese paseo había terminado en un banco de Plaza de España, mirando a la gente que pasaba mientras fumaba un cigarrillo. De ahí a su apartamento había unos cinco minutos a pie, de modo que le gustaba fumar sentado tranquilamente en lo que, según él, era el jardín de su casa. Recordó que hacia la medianoche, una chica se acercó y le pidió un cigarrillo. Él se lo habría dado sin rechistar, pero sólo le quedaban tres contando con el que se estaba fumando en ese instante, y tardó dos segundos en darse cuenta de que estaba pensándoselo demasiado. Antes de que ella pensase que era un tipo más extraño de lo que podía resultar alguien solo, en un banco, a las 12 de la noche en Madrid en Agosto, le ofreció el paquete de tabaco, abierto en un gesto universal de "sírvase ud. mismo".

-Muchas gracias- dijo ella con una media sonrisa. -¿Estás solo?

Él la miró algo extrañado y acto seguido contestó:

-Si por solo te refieres a que si no hay nadie más por aquí, entonces no. Ahora, si tu pregunta es si estoy acompañado, no lo estoy, de modo que si, estoy solo.

-¿Y no podrías haberme dicho que sí directamente?

-No soy una persona muy directa, la verdad. Pero ahora me toca preguntar a mí; ¿Qué hace una chica, sola, en Madrid, pidiéndole tabaco a un completo desconocido en un banco de la calle a estas horas de la noche?

-Vaya, a eso no puedo responder con una evasiva- dijo con una expresión entre pensativa y traviesa. -Supongo que me ha salido más barato que comprarme un paquete. Además, lo estoy dejando y sólo quería un cigarro, no un paquete entero.

Él dejó escapar una carcajada. Ella le miró y sus ojos parecían decir "No le veo la gracia a lo que acabo de decir." Antes de que pasara el segundo y medio necesario para que ella pensara que se estaba burlando de ella, él replicó.

-Me hace gracia eso que acabas de decir. Suena a una relación de pareja muy nicotínica.

-¿Nicotínica?

-Sí, nicotínica. Una de esas relaciones que hace daño, pero de las que es muy difícil salir porque una persona ejerce un poder casi magnético sobre la otra y viceversa.

-Vaya, nunca lo había pensado de ese modo. Hablas como si fueras un experto en relaciones nicotínicas...

-Al fin y al cabo, fumo. La adicción es mi rollo. De hecho me quedan dos cigarrillos en este paquete y sólo pensar que me tendría que ir a casa a por otro paquete me crea un poco de ansiedad.

-¿Y no te lo has traído? Me parece muy poco previsor por tu parte.

-Tenía pensado volver a mi casa- dijo él señalando la zona por la que vivía- en cuanto terminase este paquete, por eso no lo he traído.

Ella se sentó a su lado y le dijo - Pues creo que te voy a ayudar a terminártelo, y mientras me cuentas eso de tu ruptura nicotínica. Suena interesante.

Entonces él comenzó a hablar mientras se encendían los últimos cigarrillos de la noche.


-Realmente no es fácil salir de una relación así. Por muy mal que lo pases a diario, siempre te queda la esperanza de que las cosas cambien. Y cuando está claro que tiene que acabarse, porque no le está haciendo ningún bien a ninguno de los dos, siempre hay amagos, igual que cuando intentas dejar el tabaco. Pueden pasar varios días sin que uno hable con el otro después de una discusión, incluso alguno puede decir "hemos terminado". Pero a los cuatro o cinco días, el mono del contacto de la otra persona hace que uno de los dos marque el número del otro y las cosas se solucionan. Se queda, se pide perdón, y se realiza el equivalente a fumarse medio paquete del tirón.

-¿El equivalente? ¿Te refieres al sexo?

-Efectivamente. Pero no es solo sexo; tiene un componente de angustia, de añoranza, de adicción. Por eso algo muy importante es el momento de después: la noche. Después de una pelea seria y de su correspondiente reconciliación, la noche que pasan nuestros yonkis del amor es perfecta. No hay ni un roce. Ni una mala palabra. Todo es dulzura y buenas intenciones. Todo es paz. La nicotina invade sus torrentes sanguíneos y pinta todo de color de rosa, pero no es más que otro engaño pasajero. Tarde o temprano, vuelven los problemas.

-Entonces, ¿cómo se sale de una relación así?

-Pues igual que se deja de fumar, cada uno tiene su técnica. Sin embargo, a lo que más suele recurrir la gente es al "vale, no somos pareja pero seguimos acostándonos". Y ese es el mayor error que pueden cometer. Es como si, para dejar de fumar, le quitas al tabaco lo poco vegetal que aún le queda, y dejas la nicotina y el alquitrán. Es puro veneno. Satisfactorio, si, incluso reconfortante para el ego, que queda menos destrozado, pero te va comiendo poco a poco.

-¿Es lo que te pasó a tí?

Él dudó, puesto que hasta ahora, había estado hablando de un caso supuesto e hipotético. Cruzar el umbral de lo personal con alguien a quien acababa de conocer suponía una nueva apelación a la bondad de la humanidad. Pero no tenía nada que perder, ya que no volvería a verla en la vida.

-No. En mi caso fue distinto. No hubo un acuerdo para mantener la relación a un nivel determinado. Todo fue muy explosivo y, simplemente, un tiempo después de dejarlo, tuvimos nuestro momento nicotínico.

-¿Y cuál fue el problema entonces?

-El problema fue darme cuenta de la realidad. De que lo que echaba de menos no era solo su compañía, ni siquiera un impulso sexual. Lo que realmente echaba de menos era que, de madrugada, me despertase sin querer dándome una patada por un mal sueño. O que, a la mañana siguiente, su brazo pegajoso y caliente me diese calor. No echaba de menos la nicotina y el alquitrán, sino la planta de tabaco, y yo mismo la había cortado hacía tiempo, de modo que era imposible que volviese a crecer.

-¿Y qué hiciste?

-Cortar por lo sano. Aún hoy, cuando siento el mono de la nicotina, me salgo a la calle y fumo hasta que me raspa la garganta. Así me recuerdo a mi mismo que es mejor así, que no tiene sentido que dos personas lo pasen mal por el capricho de una de ellas.

Ella apuró el cigarro y lo apagó contra el suelo. Le miró fijamente a los ojos y dijo cuatro simples palabras.

-Vamos a tu casa.

-¿Qué?- respondió él con cara de no entender nada- Mira, no te conozco de nada, y me pareces muy maja, incluso eres bastante mona, pero no creo que ir a mi casa sea lo adecuado.

-Es verdad. Primero vamos a tomarnos unos chupitos, y después vamos a ir a tu casa a por tabaco, y a dormir.

-¿A dormir? Creo que me voy a ir a dormir yo, pero tú no me vas a acompañar. Ni siquiera se tu nombre.

-¿Y no es mejor así? Algo anónimo, como sexo sin compromiso entre desconocidos, pero al revés. Ternura sin compromiso entre desconocidos. Yo también echo de menos que alguien me ronque al oído por las mañanas. No eres el único que ha tenido relaciones nicotínicas, ¿sabes?

Él se lo pensó durante medio minuto. Al final, accedió.


El reloj marcaba las cuatro de la mañana cuando terminó de recordar la noche anterior. Llevaba unas dos horas durmiendo con aquella desconocida. No había pasado nada entre ellos, ni siquiera un beso furtivo como consecuencia de la botella de tequila que se habían bebido. La miró y ella abrió los ojos. Se sonrieron y volvieron a cerrar los ojos. Aún quedaba mucha noche para dormir.

Y a ninguno de los dos les apetecía lo más mínimo fumarse un cigarrillo.



OST: Post Break Up sex. The Vaccines


jueves, 11 de agosto de 2011

Ella

Un ruido le sobresaltó en medio de la noche. Inquieto, abrió los ojos para ver qué amenazaba su descanso y se quedó quieto, mirando fijamente al techo, a la espera de descubrir el origen del sonido que le había despertado. Lentamente, localizó el origen del tumulto justo a su lado, a su izquierda. Ella dormía plácidamente, ajena al escándalo que había provocado, probablemente por culpa de alguna pesadilla. Lentamente y para no despertarla, se levantó y se dirigió a la ventana. El calor era asfixiante, y una vez despierto, dudaba mucho de que pudiese volver a dormirse. Miró por el balcón mientras se ponía los auriculares y encendía un cigarrillo. "Todo el mundo me dice que me paso el día fumando" pensó, "pero es mentira; también me paso las noches". Su propia ocurrencia le hizo gracia, y decidió poner en marcha el reproductor antes de que se le ocurriesen más estupideces.

Jugó al aleatorio con sus listas de reproducción, y lanzó al aire la siguiente pregunta: "¿Cuánto tiempo crees que durará esta paz, mp3 mío?", y mientras la formulaba mentalmente, la miró. Miró al único ser del mundo que le apoyaba incondicionalmente, que siempre se alegraba al verle. Daba igual lo cansado que llegase a casa, porque Ella siempre tenía un gesto cariñoso que le alegraba la tarde. Mientras pensaba todo esto, apretó el play en modo aleatorio y los acordes de Dave Grohl y su banda empezaron a sonar en sus cascos. Para más señas, la versión acústica que él también había aprendido a tocar en la guitarra y cantaba de vez en cuando mientras Ella escuchaba y le miraba fijamente.



Escuchó la canción por completo y volvió a la cama cuando terminó el cigarro. Al sentarse en la cama, Ella se sobresaltó y abrió los ojos. "Tranquila, no pasa nada. Sólo tenía un poco de calor" le dijo mientras acariciaba su pelo. Ella pareció comprender el mensaje pese a no entender su idioma.

Ella respondió con un ladrido y volvió a dormirse.

jueves, 4 de agosto de 2011

vivo

Minutos musicales patrocinados por Forraje

Y yo, volviéndome loco,
de tanto preguntarle a la lluvia de otoño
¿Por qué siempre me encoño
de aquellos putos moños
que no están peinaos pa mi?


miércoles, 3 de agosto de 2011

Novedad.

Desde la azotea de un edificio del centro de una gran ciudad, dos ojos contemplaban el atardecer. El cielo adquiría tonalidades anaranjadas, y las nubes se volvían rosas cuando reflejaban la luz. Todos los días se repetía el celeste fenómeno, y todos los días alguien ocupaba su lugar de privilegio para observarlo. Tarde tras tarde, analizaba meticulosamente cada detalle, cada línea que trazaba el humo de un avión perfilado contra la bóveda azul de colores cambiantes. Las luces se encendían a sus pies, hasta que la noche cubrió la ciudad y el cielo se volvió de color negro. El mismo espectáculo de todos los días, salvo por una pequeña diferencia.

Una voz a su espalda se dirigió a él, que se habría sobresaltado si todavía tuviese la capacidad de asustarse.

-Hermoso, ¿verdad?

La que hablaba era una chica normal. Tan normal que si se hubiesen cruzado por la calle, ni se habrían dado cuenta porque ambos irían mirando el suelo. Él respondío con un silencio, y siguió mirando pensativo a las zigzagueantes serpientes de luz en las que se habían convertido las calles. Sin embargo, ella, persistente, se acercó. Buscó algo en sus pantalones, un par de tallas más grandes de lo que deberían ser, y sacó un paquete de tabaco. Ofreciéndole uno, le preguntó.

-¿Fumas?

Cogió el cigarrillo que ella ofrecía, y lo encendió con su mechero negro. Tras la primera bocanada de humo, se relajó un poco y empezó a hablar.

-No lo es.
-¿Perdona?
-Antes, has dicho que era hermoso. Pero el atardecer no es hermoso en absoluto. No es más que un conjunto de colores que varían en el tiempo y el espacio.
-¿Y eso no te parece hermoso?

Antes de dar la respuesta, se acercó el cigarrillo a la boca y dió un par de caladas al cigarrillo.

-Al principio parece hermoso, porque es la novedad. Pero cuando lo ves a diario durante semanas, meses, años, te das cuenta de que por mucho tiempo que pase, las variaciones son mínimas. Al final se vuelve rutinario, y pierde la belleza.

-¿Y no te resulta bello precisamente por eso?

Eso sí que le descolocó. Por primera vez desde que había empezado la conversación, la miró a los ojos. Verdes completamente. Brillantes. Parecían reflejar la picardía de un alma inquieta mezclada con la curiosidad de un niño pequeño. La pregunta adquirió un matiz diferente al ser planteada por la propietaria de aquellos ojos. Antes de que él pudiese articular palabra, ella siguió hablando.

-Hay belleza en la rutina. En la repetición de las cosas. Que el atardecer sea hermoso no depende de la novedad o de lo espectacular del momento. Lo realmente bonito de un atardecer es que por muchos que hayas visto, los pequeños cambios hacen cada atardecer especial. Y te dan alas para perderte en la profundidad de los colores, en las nubes arrastradas por el viento. Lo hermoso de cada noche, es que llega de un modo diferente cada día, y llega en un momento, un instante.

-¿Tú crees?- Respondió él, súbitamente interesado en exponer sus argumentos- La apreciación humana de la belleza no es más que un choque de endorfinas liberadas en respuesta al estímulo adecuado. Como todo fenómeno del cuerpo, si lo condicionas provocándolo diariamente a una misma hora, termina por hacerse cíclico, y si lo mantienes el tiempo suficiente, se hace independiente del estímulo.

-Sí, pero el atardecer no ocurre siempre a la misma hora. Cada día hay una variación de tiempo que es inapreciable para el cuerpo humano, de modo que tu teoría no tiene fundamento.

Ella parecía estar muy satisfecha con su última respuesta, porque sonreía y movía la cabeza con un gesto que quería decir algo así como "te estoy ganando en tu propio terreno" y una sonrisa de medio lado que confirmaba que estaba convencida de lo que decía.

-Efectivamente, no ocurre todos los días a la misma hora, pero ¿Y si el ciclo fuese más largo?
-¿Más largo?
-Sí. Si en lugar de ciclos diarios fuesen ciclos anuales.
-Entonces tendrías que pasarte una vida entera mirando el atardecer a diario y desde el mismo sitio, sería imposible para cualquier persona, por motivos de trabajo, familia, o lo que sea.

Por primera vez en toda la conversación, él sonrió. El cigarro se iba consumiendo lentamente. A ella, cada segundo que pasaba a su lado, él le parecía más alto. Debía tener ese tipo de personalidad que engrandece a la persona con la que hablas a cada segundo que avanza la conversación.

-Pues entonces, imagina que alguien viviese en la más absoluta soledad y durante el tiempo suficiente como para poder hacerlo. ¿No crees que para esa persona el atardecer dejaría de resultar hermoso?
-Me pides lo imposible. No hay ninguna persona que cumpla esas condiciones, con lo que a todo el mundo le parecería hermoso un atardecer.

En ese momento, él soltó una pequeña carcajada.

-¿Qué te hace tanta gracia?
-Que durante todo el rato que llevamos hablando, me ha dado la sensación de que ibas a terminar teniendo razón. Has sido capaz de argumentarme.
-Sabía que al final te convencería- dijo ella sonriéndole con esos ojos verdes.
-He dicho que me has argumentado, no que me hayas convencido. Al final has terminado dándome la razón.

Ella le miró extrañada y se dio cuenta de algo que la dejó sin aliento. No era que la conversación estuviese haciendo mella en su percepción, sino que realmente ese chico estaba un palmo más alto. Pero no porque hubiese crecido, sino porque sus pies, en ese punto de la noche, no tocaban el suelo.

-Como decía, me has dado la razón: ninguna persona o ningún humano podrían vivir tanto o permanecer en una soledad tal como para que la novedad dejase de impactarles. Pero cuando eres el único en todo el planeta, te puedes permitir ese pequeño lujo.

Ella miró boquiabierta cómo él apagaba el cigarrillo en el aire, sin tocarlo, creando una especie de vacío que lo consumió por la falta de oxígeno.

-¿Quién eres?- preguntó con una mezcla de temor y curiosidad, puesto que lo que tenía delante parecía un chico completamente normal, de unos veinte años.- ¿Un vampiro?
-Por favor, no me compares con esos gusiluz afeminados de la literatura moderna, ni con los lúbricos y sedientos de sangre de los clásicos. No, no soy un vampiro.
-Entonces, ¿qué eres?

Él dudó por un instante, mirando la línea del horizonte que se perfilaba contra las montañas a lo lejos.

-Realmente no es algo que se pueda explicar, ni siquiera es algo que yo pueda responder, ya que no conozco del todo la respuesta. Pero hay un modo de que lo descubras.
-¿Cuál?

La respuesta a su pregunta fue una mano tendida hacia ella y una frase que podía cambiar su vida para siempre.

-Que vengas conmigo y lo descubras por tí misma.

Ella miró la mano, indecisa. Dudó durante unos segundos, y al final extendió su propia mano para agarrar la de aquél desconocido. En el mismo instante que lo hizo, notó que se elevaba. No como si él estuviese tirando de ella, sino como si el aire que pisaba de repente cobrase vida y la empujase hacia el cielo. Mientras se separaba del tejado del edificio, la ciudad se iba convirtiendo en una imagen igual a las fotos tomadas desde el aire que había visto en internet. Cuando estaban ambos a unos cincuenta metros sobre los tejados, él dijo:

-El viaje va a ser largo. Así que para irnos conociendo, te contaré mi historia. Todo empezó hace ya varios cientos de años...

Sus palabras se difuminaron en la noche cuando dos cuerpos empezaron a deslizarse por el aire en la oscuridad. Pero ella escuchaba cada palabra que él iba diciendo.