lunes, 18 de julio de 2011

Mañanas

Hacía ya bastante rato que el despertador había sonado por primera vez. Al entreabrir los ojos, miró la hora en el reloj y se maldijo silenciosamente por no haberse levantado de la cama a la hora que tenía prevista. Lentamente se incorporó, y miró por la ventana. El sol ya apretaba con fuerza en la típica mañana veraniega de Madrid. Las sombras de los otros edificios no servían de parapeto para su ventana, y un aire caliente y sofocante entraba en sus pulmones como chorros de fuego que le quemaban por dentro. Se acercó a la mesa y encendió un cigarrillo. "El primero de la mañana" pensó. "Este es el último paquete que me compro. Tengo que dejar de fumar ya".
Mientras daba vueltas a su falsa promesa de abandono del tabaco, cogió un cenicero y puso rumbo a la cocina. Café frío del día anterior, que se hacía menos insoportable con un golpe de microondas y un poco de azúcar. Tres o cuatro galletas de un mueble desvencijado, un zumo de naranja de bote, pero con un porcentaje aceptable de auténtico zumo exprimido, una bandeja y a la mesa. Pequeña pero suficiente para los solitarios desayunos de la capital. Y al fondo, al lado de la nevera,una pequeña televisión con un receptor TDT encima. Tras cinco segundos de duda, se decidió a encenderla. Al ver la bazofia televisiva matutina, optó por algo sencillo: dejar un canal de música para, al menos, entretener al oído mientras desayunaba.

Llevaba dos minutos dando vueltas al café mientras apuraba el cigarrillo, cuando de repente reconoció una melodía en el videoclip que empezaba. Recordó la última vez que había escuchado esa canción, meses atrás, y dejó de darle vueltas al café. Miró su teléfono, pero sabía que no habría mensajes nuevos, ni viejos, puesto que tiempo atrás había decidido dejar atrás todo lo relacionado con esa canción. Abrió la lista de contactos. Puso el dedo sobre la conversación cerrada ya por semanas, y dudó. Dudó porque no quería volver al inicio, a la duda, a la incertidumbre, a la culpabilidad y la aceptación del daño infringido. Dudó porque había llegado a apreciar la vida de gato callejero, caprichoso, libre y solitario que estaba manteniendo. Dudó porque, desde que encerró sus sentimientos bajo llave en lo más profundo de su corazón, al menos pasaba los días tranquilo, pese a que por las noches seguía soñando con la misma canción. Dudó durante todo el rato que duró la canción en el televisor.

Terminó la canción, y con ella terminaron las dudas. Bloqueó el teléfono y terminó de desayunar. Aún tenía unos días de vacaciones, y esa noche iba a dar un largo paseo a la luz de la luna.

Se tragó sus sentimientos una vez más, y por si acaso, metió la caja en la que los tenía guardados en un cubo de hormigón. Caminó tres pasos por la cubierta de sus emociones, y los tiró... por la borda

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