sábado, 1 de diciembre de 2012

Letras

Era una tarde normal. Tan normal que resultaba extraña. Desde su ventana podía ver el cielo, de un azul tan intenso que hacía daño. De fondo, un frente de nubes que comenzaba a remontar la sierra, presagio de frío y días grises. En su escritorio, los mismos trastos de siempre. Un viejo monitor de ordenador que no tiraba "por si acaso un día lo utilizo para algo", un montón de papeles revueltos y su bonsai, aún no recuperado del todo de la helada accidental que sufrió. En sus oídos, sus auriculares favoritos, a través de los cuales sonaba la radio. Era una tarde normal, y a la vez no lo era.

No lo era porque sabía que alguien importante no estaba del todo bien. Su propia personalidad tontusa le hacía sentirse ligeramente inútil al no poder hacer nada. No aspiraba a ser una especie de superhéroe y resolver todos los problemas de los demás. Era plenamente consciente de que no había mucho que pudiese hacer sin parecer un poco entrometido, y eso le daba un poco de pena. Le daba pena porque quería ser capaz de compartir su alegría con quien en ese momento lo necesitaba. Quería ser capaz de ponerse una cucharilla manchada de muerte por chocolate en la nariz y esperar a que, al levantar la mirada, la persona al otro lado de la mesa no pudiese evitar una pequeña carcajada.

Conforme pensaba todo esto, se dio cuenta de que sí que había una cosa que podía hacer. Lo cierto es que era una de las pocas cosas hechas por él con las que se sentía a gusto. A veces, las letras tienen la capacidad de transportar los deseos a distancia y transmitirlos hasta su destinatario final. Otras, aunque no consigan transmitir del todo lo que el escritor quiere que transmitan, simplemente pueden entretener y abstraer al lector durante un breve instante, alejándole de la realidad por un momento. Así que abrió el ordenador y comenzó su pequeño ritual de escritura: se ajustó las gafas, se arremangó el viejo jersey que llevaba puesto, y miró fijamente al teclado del ordenador, mientras las pocas neuronas que le quedaban en forma trabajaban a toda máquina para ir deslizando las líneas de texto a través de sus manos. Sintió ese pequeño hormigueo en la nuca que sentía cada vez que tenía claro cómo quería que quedase lo escrito, y el resto fue casi automático...

"Era una tarde normal. Tan normal que resultaba extraña..."


No hay comentarios:

Publicar un comentario