domingo, 23 de diciembre de 2012

Elemental.

Intentó hacer memoria, pero no lo consiguió. Llevaba mucho tiempo vagando libre por el mundo, sin un rumbo fijo ni una meta concreta. Los lugares en los que había estado apenas ocupaban espacio en su memoria, puesto que solía pasar por ellos a gran velocidad y no se fijaba demasiado. Sus recuerdos de los tiempos pasados se resumían en tornados, ventiscas y huracanes, en vivir cuanto más rápido mejor. Al fin y al cabo, él era el viento, y la gente sólo parecía ser consciente de su existencia si soplaba fuerte.

No podía recordar. La mayoría de escenas que pasaban por su mente estaban borrosas, difuminadas por el tiempo y la distancia. Hoy aquí, mañana allí... los ecos de una vida demasiado agitada que, por suerte, había quedado atrás. Pero había algo que no quedaría atrás jamás. El Frío. El frío con mayúsculas. La sensación punzante y cortante que había experimentado tantas veces mientras vagaba por las calles, por los caminos o por los tejados. El frío de una existencia a medio gas, de la sensación de estar en un mundo demasiado grande.

Sin embargo, algo había llamado su atención no hacía demasiado: no parecía un día especial, sino uno como cualquier otro. Se encontraba flotando, aislado completamente del resto de seres del planeta cuando, en medio de la tarde, encontró una luz que brillaba más de lo normal. Curioso por naturaleza, se acercó a aquella luz, preparándose para huir en el momento que aquello se volviese peligroso. Sin embargo, lo que sus ojos vieron cuando se acercó a la luz, le dejó hipnotizado. Las llamas bailaban trazando en el aire hermosas formas y curvas, que parecían querer acariciar el techo del mundo. Los colores se fundían unos con otros en un complejo patrón rojo y anaranjado. Las sombras que proyectaba el fuego resultaban caprichosas y esquivas, e incluso le asustaron por un instante. El calor brotaba de aquellas llamaradas como una manta que le rodeaba por completo y le aislaba del mundo helado de alrededor. Con dudas, estiró una de sus aéreas manos para intentar sentir un poco más de aquél calor, y en ese momento el fuego le habló, lanzándole una advertencia.

-Ten cuidado: Si juegas con fuego, puedes quemarte...

Aquellas palabras le hicieron reflexionar por un instante. Él sabía lo que quería decir el fuego. Se había quemado muchas otras veces, como quedaba patente al ver las marcas de su cuerpo. Sin embargo, no tenía miedo a aquél calor. No tenía miedo a las llamas. Alargó un poco más la mano, y cuando el fuego acarició la punta de sus dedos, el viento hizo que las llamas brillasen más fuertes que nunca a su alrededor. En aquel preciso instante, el calor del fuego que hasta entonces le había rodeado, pasó a formar parte de él, como si llevase una pequeña estrella en el corazón y recibiese constantemente energía de ella. Este pensamiento le hizo estirar un poco más la mano, y el fuego se avivó aún más. Intentaba recordar, pero no lo conseguía. No era capaz de recordar si alguna vez había visto algo tan hermoso. Pero había algo que sabía a ciencia cierta:

Mientras el fuego quisiera, el viento nunca se apartaría de su lado.


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