viernes, 30 de noviembre de 2012

Alegría

Aquella mañana, no escuchó el despertador. Tampoco le despertaron los primeros rayos del sol entrando por la ventana, pues la persiana estaba completamente cerrada. El edredón estaba perfectamente ajustado a su cuerpo, de modo que tampoco fue el frío lo que le sacó del sueño. Mientras su cabeza y su cuerpo emprendían el lento camino que suponía para él estar despierto, una media sonrisa iba dibujándose en su cara. Siempre había defendido que la inspiración artística es un chispazo, un golpe instantáneo que convierte en llamas el combustible de la imaginación y lo va consumiendo poco a poco, siendo el resultado de la combustión variable en función de las reservas que hubiese en la cabeza del autor, de las circunstancias que lo rodearan en ese instante, y del tipo de chispa que iniciase la reacción.

Para él, la mayoría de sus chispazos habían venido en forma de momentos grises, de estados anímicos confusos que habían dado lugar a relatos oscuros, ficticios y complicados. El resultado había sido casi siempre una difusa esfera en la que sus vivencias, anhelos y extractos de canciones se entremezclaban para alumbrar pequeños relatos ambiguos. Su combustible, los sueños rotos. Sus circunstancias, los desengaños y desencuentros de etapas anteriores de su vida. La mayoría de los despertares de sus relatos correspondían a momentos de autoiluminación, de ser plenamente consciente de haber tomado las decisiones erróneas y pasar tiempo regodeándose en la autocompasión. Pero este despertar era diferente.

Esta vez, no le movía un sentimiento de melancolía sempiterna. Ese día daba igual lo gris que estuviese el cielo. No necesitaba ver el sol brillando para sentir su calidez, pues era plenamente consciente de que su estrella de la noche particular brillaba siempre con más fuerza que el astro rey. En esta ocasión, la chispa de la inspiración surgió como expresión del deseo de pintar una sonrisa, y los tanques de combustible estaban llenos de algún tipo de salsa mágica de la alegría. Así que sin salir de la cama, agarró el teléfono y sintetizó como pudo un pequeño texto. Lo repasó con sus ojos de aceituno y lo envió.

El día estaba increíblemente gris, pero sentía que nada iba a poder quitarle la sonrisa de la cara.

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