domingo, 25 de noviembre de 2012

Respuestas

El otoño se sentía en cada rincón de la gran ciudad. Las aceras estaban llenas de hojas de tonalidades amarillentas y anaranjadas, y caminar entre tanta hoja muerta convertía el retorno al coche en un deporte de riesgo. Como dificultad extra, el peso de los libros en el brazo hacía complicado mantener el equilibrio en la calle cuesta abajo. Pese a lo titánico del esfuerzo, su marcha era un proceso semiautomático. Su cabeza estaba ocupada por otras cosas.

Quería escribir una pieza, y quería escribirla bien. A diferencia de ocasiones anteriores, esta vez era algo escrito de frente, prácticamente cara a cara, o más bien pantalla a pantalla. En esta ocasión no servían las historias cruzadas o las referencias ambiguas. Tenía que volcar todo su corazón en el teclado, y mientras caminaba mirando al suelo, las palabras iban fluyendo caprichosamente en su cabeza, como los remolinos de hojas que se formaban tras los coches que pasaban por la calle.

Quería encontrar la manera perfecta de describir cada momento, de pintar con letras la profunda admiración que había despertado en su humilde inspiración cuando la conoció. Quería ser capaz de describir cómo, poco a poco, aquella simpatía inicial se había ido convirtiendo en algo que, por más que lo intentaba, no conseguía definir muy bien. Anhelaba poder explicar la extraña desazón que le provocaba cada despedida. Deseaba profundamente hacer hincapié en el misterioso mecanismo que le pintaba una sonrisa de oreja a oreja al verla aparecer entre la multitud. Esperaba poder transmitir lo maravilloso de todo el cortejo gestual que acompañaba a cada una de sus palabras. Quería, anhelaba, deseaba y esperaba encontrar las palabras adecuadas para poder decir todo aquello sin resultar demasiado bizchochístico.

Además, quería ser original; ya debía estar acostumbrada a que una legión de zagales, con mayor o menor acierto léxico, le enumerasen sus cualidades una y otra vez. Pero él quería hacer algo único. Quería dar tres pasos atrás y poder escribir sobre el conjunto. Hacerle comprender que lo más maravilloso de todo no era la suma de sus cosas buenas menos el sustrato de las malas. Lo más grandioso de todo era la manera en la que todo se mezclaba, potenciaba y salía a la superficie convertido en algo especial e indescriptible.

Pero por más que le pareciese indescriptible, tenía que encontrar el modo. Había dado su palabra y sabía que ya no era un reto sólo a su timidez, o a su increíble caos en el discurso. Era un reto al mismo tejido del lenguaje. Un desafío a la capacidad de un idioma para describir algo tan increíble.

Y de repente, y casi sin darse cuenta, encontró la respuesta. Una respuesta que, como las grandes respuestas de la vida, había estado en su cabeza todo ese tiempo. Así que se paró en seco, esbozó una media sonrisa, y mirando al poco estrellado cielo de la ciudad, le dijo al viento:

-Ella es, sencillamente, sublime.



Un remolino de aire y hojas pasó a su lado. Él comprendió que le daban la razón.



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