martes, 3 de abril de 2012

Chapuzas

Un último giro. Era todo lo que faltaba para que el tornillo ajustase perfectamente la pieza de plástico y la reparación estaría hecha. La tapa volvería a tapar el armazón metálico y sucio para embellecerlo y hacer el habitáculo algo menos hostil. Comprobó una vez más que todo encajaba y se dio por satisfecho. No sabía calibrar muy bien la complejidad de lo que había hecho, probablemente algo insustancial para alguien que fuese familiar con ello, pero había conseguido arreglar un mecanismo de cierre que, hasta unas pocas horas antes, desconocía por completo, y eso le hacía sentirse un poco orgulloso por su minúscula gesta. Había tenido que desmontar, revisar, ir a una tienda y pedir la pieza. Cambiarla, asegurarse de que todo funcionaba correctamente, y volver a cerrar. Nada del otro mundo, pero le hizoreflexionar por un momento.

Le hizo pensar en todas las otras cosas que no sabía si podría arreglar. Porque no todo en este mundo se soluciona desmontando, comprando y recambiando. Las manchas del óxido sobre el metal seguirían estando allí, aunque un plástico las tapara. Y aunque el resto del mundo no las viese, él sabría siempre que allí estaban, y que ese mecanismo que parecía impecable, en completa armonía con el resto, sin desentonar ni un ápice, en realidad estuvo roto y fue sustituido por algo nuevo, ajeno a lo original.

Se pasó la mano por la frente para quitarse el pelo de la cara, y vio que la tenía llena de grasa. Lo más probable era que su cara estuviese negra también. Masculló una maldición y decidió limpiarse. Sus auriculares le lanzaron una de esas melodías que le hacían recordar las cosas rotas del mundo.



Subió el volumen y dejó su mente vagar, intentando no recordar que, debajo de todos aquellos plásticos y tapizados, había un gran agujero dejado por el óxido.

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