martes, 1 de septiembre de 2015

Mitades y ventiladores

Aquella tarde de Septiembre el calor se pegaba a su cuerpo con más intensidad que cualquier pegamento del mercado. Ni siquiera una ducha bien fría había servido para aliviar la sensación pegajosa y agobiante que dominaba sus sentidos en las últimas horas. El ventilador barato hacía correr de manera oscilante el aire de la habitación, creando una falsa sensación de alivio los instantes en los que chocaba de pleno con su piel. Se encontró a sí mismo atrapado en el vaivén del rotor. Ahora sí, ahora no. Alivio, calor. Qué gusto, joder qué asco. Había reposado la espalda contra el cojín para mirar el techo, doblando el cuello casi 90 grados hasta contemplar el blanco de las molduras.

Debería estar contento, ya que las vacaciones habían comenzado un par de días atrás y quedaba todo lo mejor por delante. Más de la mitad de los días para desconectar, para tratar de llenarlos de experiencias y momentos en los que refugiarse y a los que volver durante las tediosas semanas de rutina. Pero le faltaba algo.

Del mismo modo que a intervalos regulares le faltaba el aire del ventilador, le faltaba la mitad de algo. La cama de repente era muy grande, y se dio cuenta de que la mitad vacía le resultaba extrañamente hostil, como si un muro intangible le impidiera ocuparla. No era la falta de costumbre dado que la inmensa mayoría de los días dormía sólo. Era algo diferente. Tal vez la creencia inconsciente de que dejando ese hueco libre se llenaría antes. La añoranza de quien volvería pronto,  pero cuya ausencia resultaba más patente que nunca.

 Cerró los ojos y se entregó de nuevo al zumbido constante de las aspas rotando, y trató de ignorar el tiempo para que pasara más rápido. Los abrió dos eternidades y tres segundos después.

Ahora no, calor, joder qué asco. Pero sabía que la brisa refrescante nocturna volvería, del mismo modo que el ventilador siempre volvía.

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